Hace tiempo me dijeron: ¿por qué no explicas lo que piensas?, entonces expliqué. Después de eso, otros dijeron: no tienes derecho a explicar lo que piensas, entonces callé. Pasaron doce años y nuevamente me dicen: ¿por qué no explicas lo que piensas? Así que lo haré nuevamente, sabiendo de antemano que otra vez se dirá: no tienes derecho a explicar lo que piensas.
Nada nuevo se dijo entonces; nada nuevo se dirá hoy.
Y bien, ¿qué se dijo entonces? Se dijo: sin fe interna hay temor, el temor produce sufrimiento, el sufrimiento produce violencia, la violencia produce destrucción; por tanto la fe interna evita la destrucción.
Y, entonces, ¿por qué hacemos lo que hacemos? Lo responderé en pocas palabras: lo hacemos como supremo acto moral. Nuestra moral se basa en éste principio: “Trata a los demás como quieres que te traten”. Y si como individuos queremos lo mejor para nosotros, estamos exigidos por este imperativo moral a dar a otros lo mejor. ¿Quiénes son los otros? Los otros son los más próximos, y allí donde lleguen mis posibilidades reales de dar y de modificar, allí está mi próximo; y si mis posibilidades de dar y de modificar llegaran a todo el mundo, el mundo sería mi próximo. Pero sería un despropósito preocuparme declamativamente por el mundo si mis posibilidades reales llegaran sólo hasta mi vecino. Por ello hay una exigencia mínima en nuestro acto moral y es la de esclarecer o actuar cada cual en su ámbito inmediato. Y es contrario a esta moral no hacerlo, asfixiándose en un individualismo sin salida. Esta moral da una dirección precisa a nuestras acciones y además fija claramente a quiénes están dirigidas. Y cuando hablamos de moral nos referimos a un acto libre, a la posibilidad de hacerlo o no hacerlo y decimos que este acto está por encima de toda necesidad y de toda mecanicidad. Este es nuestro acto libre, nuestro acto moral: “Trata a los demás como quieres que te traten”. Y ninguna teoría, ninguna excusa, está por encima de este acto libre y moral. No es nuestra moral la que está en crisis, son otras morales las que están en crisis, no la nuestra. Nuestra moral no se refiere a cosas, a objetos, a sistemas, nuestra moral se refiere a la dirección de los actos humanos. Y toda crítica y toda transmisión que nosotros hacemos o aportamos va orientada en el sentido de los actos humanos.
Para todos, ¡paz, fuerza y alegría!
SILO
Y bien, ¿qué se dijo entonces? Se dijo: sin fe interna hay temor, el temor produce sufrimiento, el sufrimiento produce violencia, la violencia produce destrucción; por tanto la fe interna evita la destrucción.
Nuestros amigos han hablado hoy sobre el temor, el sufrimiento, la violencia y el nihilismo, como máximo exponente de destrucción. También han hablado sobre la fe en sí mismo, en los demás y en el futuro. Han dicho que es necesario modificar la dirección destructiva que llevan los acontecimientos, cambiando el sentido de los actos humanos. Además, y como cosa fundamental, han dicho cómo hacer todo esto; de manera que nada nuevo agregaré hoy.
Solamente quisiera hacer tres reflexiones. Una en torno al derecho que nos asiste para explicar nuestro punto de vista; otra, sobre cómo hemos llegado a esta situación de crisis total y, por último, aquella que nos permita tomar una resolución inmediata y operar un cambio de dirección en nuestras vidas. Esta resolución debería concluir con un compromiso en todo aquel que esté de acuerdo con lo dicho.
Pues bien, ¿qué derecho nos asiste para explicar nuestro punto de vista y obrar en consecuencia? En primer lugar nos asiste el derecho de diagnosticar el mal actual de acuerdo con nuestros elementos de juicio, aunque no coincidan con los establecidos. En tal sentido decimos que nadie tiene derecho a impedir nuevas interpretaciones basándose en verdades absolutas. Y en cuanto a nuestra acción, ¿por qué habría de resultar ofensiva para otros, siendo que no interferimos en sus actividades? Si en algún lugar del mundo se impide o se deforma lo que decimos y lo que hacemos, nosotros podremos decir que allí hay mala fe, absolutismo y mentira. ¿Por qué no dejar que la verdad corra libremente y que las gentes libremente informadas puedan elegir lo que les resulte razonable?
Y, entonces, ¿por qué hacemos lo que hacemos? Lo responderé en pocas palabras: lo hacemos como supremo acto moral. Nuestra moral se basa en éste principio: “Trata a los demás como quieres que te traten”. Y si como individuos queremos lo mejor para nosotros, estamos exigidos por este imperativo moral a dar a otros lo mejor. ¿Quiénes son los otros? Los otros son los más próximos, y allí donde lleguen mis posibilidades reales de dar y de modificar, allí está mi próximo; y si mis posibilidades de dar y de modificar llegaran a todo el mundo, el mundo sería mi próximo. Pero sería un despropósito preocuparme declamativamente por el mundo si mis posibilidades reales llegaran sólo hasta mi vecino. Por ello hay una exigencia mínima en nuestro acto moral y es la de esclarecer o actuar cada cual en su ámbito inmediato. Y es contrario a esta moral no hacerlo, asfixiándose en un individualismo sin salida. Esta moral da una dirección precisa a nuestras acciones y además fija claramente a quiénes están dirigidas. Y cuando hablamos de moral nos referimos a un acto libre, a la posibilidad de hacerlo o no hacerlo y decimos que este acto está por encima de toda necesidad y de toda mecanicidad. Este es nuestro acto libre, nuestro acto moral: “Trata a los demás como quieres que te traten”. Y ninguna teoría, ninguna excusa, está por encima de este acto libre y moral. No es nuestra moral la que está en crisis, son otras morales las que están en crisis, no la nuestra. Nuestra moral no se refiere a cosas, a objetos, a sistemas, nuestra moral se refiere a la dirección de los actos humanos. Y toda crítica y toda transmisión que nosotros hacemos o aportamos va orientada en el sentido de los actos humanos.
Pero hay otro punto que debo tratar ahora y se refiere a la situación de crisis a la que hemos llegado. ¿Cómo sucedió todo esto y quiénes han sido los culpables? No haré de ello un análisis convencional. Aquí no habrá ciencia ni estadística. Lo pondré en imágenes que lleguen al corazón de cada cual.
Sucedió hace mucho tiempo que floreció la vida humana en este planeta. Entonces y con el correr de los milenios, los pueblos fueron creciendo separadamente y hubo un tiempo para nacer, un tiempo para gozar, un tiempo para sufrir y un tiempo para morir. Individuos y pueblos, construyendo, se fueron reemplazando hasta que heredaron por fin la tierra y dominaron las aguas del mar y volaron más veloces que el viento y atravesaron las montañas y con voces de tormenta y luz de sol mostraron su poder. Entonces vieron a lo lejos su planeta azul, amable protector velado por sus nubes. ¿Qué energía movió todo? ¿Qué motor puso el ser humano en la historia, sino la rebelión contra la muerte? Porque ya desde antiguo, la muerte como sombra acompañó su paso. Y también desde antiguo entró en él y quiso ganar su corazón. Aquello que en un principio fue continua lucha movida por las necesidades propias de la vida, luego fue lucha movida por temor y por deseo. Dos caminos se abrieron: el camino del sí y el camino del no. Entonces, todo pensamiento, todo sentimiento y toda acción, fueron turbados por la duda del sí y del no. El sí creó todo aquello que hizo superar el sufrimiento. El no agregó dolor al sufrimiento. Ninguna persona, o relación, u organización quedó libre de su interno sí y de su interno no. Luego los pueblos separados se fueron ligando y por fin las civilizaciones quedaron conectadas; el sí y el no de todas la lenguas invadieron simultáneamente los últimos rincones del planeta.
¿Cómo vencerá el ser humano a su sombra? ¿Acaso huyendo de ella? ¿Acaso enfrentándola en incoherente lucha? Si el motor de la historia es la rebelión contra la muerte, rebélate ahora contra la frustración y la venganza. Deja, por primera vez en la historia, de buscar culpables. Unos y otros son responsables de lo que hicieron, pero nadie es culpable de lo que sucedió. Ojalá en este juicio universal se pueda declarar: “no hay culpables”, y se establezca como obligación moral para cada ser humano, reconciliarse con su propio pasado. Esto empezará aquí hoy en ti y serás responsable de que esto continúe entre aquellos que te rodean, así hasta llegar al último rincón de la Tierra.
Si la dirección de tu vida no ha cambiado, necesitas hacerlo; pero si ya cambió necesitas fortalecerla. Para que todo esto sea posible, acompáñame en un acto libre, valiente y profundo que sea además un compromiso de reconciliación. Ve hacia tus padres, tu pareja, tus compañeros, amigos y enemigos y diles con el corazón abierto: “Algo grande y nuevo ha pasado hoy en mí”, y explícales, entonces, este mensaje de reconciliación. Quisiera repetir estas frases: “Ve hacia tus padres, tu pareja, tus compañeros, amigos y enemigos y diles con el corazón abierto: ‘Algo grande y nuevo ha pasado hoy en mi’ y explícales, entonces, este mensaje de reconciliación”.
Para todos, ¡paz, fuerza y alegría!
SILO
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