LA FE
Charla de Mario, 1968 No significa lo mismo la palabra “dignidad” para un hombre primitivo que para un científico. Tampoco este término afectará en la misma forma a un hombre de nivel –con respecto al Trabajo- que a otro con nivel distinto. Para hablar de la Fe, en consecuencia, deberíamos clasificar al hombre con respecto al Trabajo; por lo menos provisoriamente.
Usando un esquema, cuya única finalidad (utilidad) es facilitar la transmisión de nuestras ideas, diremos que existe un hombre Nº 1, un hombre Nº 2, otro Nº 3,4,5,6,7. Sería ésta una clasificación del hombre con respecto a su desarrollo en el Trabajo. Los tres primeros estados, en cuanto al nivel de comprensión se refiere, están a un mismo nivel, aunque se diferencian por la forma en que el individuo se desenvuelve en el mundo. El Nº 1 tipológicamente es motriz, el Nº 2 es emotivo y el Nº 3 es intelectual.
Para estos tres primeros hombres, que integran toda la gran humanidad (excepción hecha de unos pocos), el concepto de Fe parecería corresponder lisa y llanamente al de “creencia”, o sea, aquello con contamos, aquello de lo que no tenemos duda y que no discutimos porque no conocemos. La Fe para el hombre ordinario es una creencia vestida de cierto misterio sobrenatural.
El diccionario pequeño no dice poco: “Virtud por la cual creemos las verdades divinas. Creencia”. Buscamos la palabra “virtud” y leemos: “Actividad o fuerza de las cosas para producir efectos. Disposición del alma para obrar de acuerdo a la ley moral”. Aún no satisfechos buscamos la palabra “alma” y encontramos: “Substancia espiritual e inmortal del Hombre (del latín: ánima)”. Creemos que el diccionario, si no lo dice todo, dice mucho. Pero el hombre ordinario no medita sobre los datos que tiene.
El hombre Nº 4 de nuestro esquema, conocido como el “hombre del umbral”, es aquél que está en camino, pues conoce el Trabajo; se lo llama también “hombre de la ruptura y la vacilación”, y ya para él las palabras y los conceptos dejan de ser ordinarios cobrando un especial sentido. Y no puede ser de otro modo puesto que su nivel de comprensión es más alto. Para él, la creencia, la Fe, no cambian como conceptos, si bien tiene mayor profundidad sobre ellos, pero las cosas o fenómenos que provocan una Fe o una creencia, cambian.
O sea, a mayor desarrollo, aquello que provoca la Fe es necesariamente distinto.
No hablaremos de la Fe del hombre Nº 5, 6 ó 7. Pero como hemos mencionado, para ubicar al hombre del umbral en una escala donde se destaque su posición intermedia entre superior e inferior a él, diremos que ellos, en diferentes medidas que los distinguen, han logrado un grado superior de conciencia.
Volviendo al hombre ordinario, lo vemos educado en un sistema de creencias ya establecidas para su tiempo histórico. De su aceptación o rebeldía a algunas de ellas dependerá su posición en el mundo, pero siempre estas aceptaciones o rebeldías serán de orden periférico: como modalidades dentro de la posición impuesta por el sistema en que vive. Tendrá un margen reducido para adquirir nuevas creencias, y esta adquisición, en general, la logrará por medio de la crisis.
Vale decir, el cambio de creencias lo provoca la intervención de un sistema mayor dentro de un sistema menor en el cual se mueve el individuo.
Un nuevo descubrimiento científico, por ejemplo provoca una crisis y el individuo pierde el apoyo de una creencia que ya no le sirve como apoyo, pues con la antigua no puede sobrepasar la crisis anterior, viéndose obligado a buscar una creencia nueva.
Nuestra época se caracteriza por una crisis general de valores, los vocablos “dignidad”, “honor”, “ley”, “éxito”, y así siguiendo se mantienen iguales; pero los fenómenos que provocan la actitud de “dignidad”, “honor”, “ley”, “éxito”, etc. ya no son los mismos de antes. De cierta manera podríamos decir que han cambiado de significación para el hombre.
Indudablemente, el mundo circundante en movimiento (algunos hablan de desarrollo) siempre provocará este cambio en la percepción del hombre. Lo que nosotros hemos querido enfatizar es la crisis general de valores que cada cierto tiempo aparece en la humanidad al derrumbe de cada civilización.
En estas épocas, se renuevan los hábitos sedimentados en el hombre y dentro de él hay campo fértil para que nuevas creencias puedan crecer. Y es porque en tales épocas los fenómenos circundantes se diferencian netamente de los anteriores. Lo viejo comienza a saturarse, a no servir como instrumento.
Algunos de los fenómenos que provocan el nuevo significado de las palabras ya se han presentado y las palabras “comida”, “dinero”, “amor”, “lujo”, “velocidad”, y tantas otras que se presentan ya al hombre común con otros rostros diferentes del antiguo. Y el hombre común periféricamente cambia, manteniendo igual nivel de comprensión que antes.
Pero el que adopta un punto de vista global y estudia el peculiar desarrollo de la época, sabe que aún faltan por aparecer los fenómenos que transformarán el antiguo gesto de la palabra paz, religión, conciencia, supervivencia, esperanza u otras de idéntica tónica.
Nosotros, bien sabemos que esos fenómenos están en vías de aparecer, precisamente como necesidad de sobrevivir la crisis histórica que comienza. Los hechos por aparecer deberán provocar cambios en la Fe y en la conciencia del individuo.
Esta seguridad por sí sola, implica para nosotros una misión, puesto que dependerá de un grupo de hombres selectos, el correcto conocimiento de los fenómenos. Sólo una correcta interpretación de ellos permitirá que el hombre ordinario saque el más rápido y mejor provecho de lo mismo.
El grupo selecto que reconocerá esos fenómenos actuará a su vez, como fenómeno para el hombre ordinario y le asegurará una creencia y una Fe como producto de hechos que justifiquen el significado de esas palabras. Se tratará de defender al vulgo de gastar su tensión emotiva (y por ende su conducta) en creencias que no lo dirijan a una paz, hacia una armónica supervivencia.
Para que esa interpretación de fenómenos sea correcta, el hombre selecto no puede equivocarse en su propia Fe.
Y para ese hombre que comienza su evolución, la Fe irá irremisiblemente ligada al Trabajo.
Sólo quien comience a reconocer claramente aquello que obstaculiza o facilita el Trabajo, podrá tener Fe adecuada a su desarrollo y podrá pertenecer a la selección de individuos capacitados para reconocer la validez o invalidez de los hechos históricos que se avecinan.
Esto último no es fácil. Hay hechos que aparentemente tienen importancia, que parecen fijar pilares históricos inconmovibles y luego el tiempo se encarga de ordenar las importancias, levantando hechos olvidados a la categoría de acontecimientos y oscureciendo presuntos acontecimientos en el olvido.
Ese ojo para discernir, para interpretar, debe ser desarrollado. Hay Métodos. “Los que tengan oídos que oigan”; dijo el Maestro.
Quiso decir una sola cosa. Quiso que pudiera ser entendido por hombres de distintos niveles. Nosotros aventuraremos una de las interpretaciones y anotaremos que el hombre ordinario no coincide con aquél que ya está en el Trabajo.
Nosotros diremos que para oír, lo primero es tener oído, tener ese ojo del cual hablamos, sin el cual es imposible ver u oír. O sea, en una primera etapa, no se trataría de oír bien sino de construir un oído. Para nosotros, en un principio largo y difícil, construir un oído es desarrollarnos a nivel del hombre del umbral, pero de ese modo quedaría todo dicho y no podríamos exponer algunas ideas que podrían servir a los interesados.
Decíamos Fe especial, pues sobrepasa el concepto de creencia y el concepto ordinario de Fe.
Volvamos al pequeño diccionario para ver que otras de las acepciones que propone, es: “Virtud por la cual creemos verdades divinas”, y como no estábamos ciertos de qué es lo que la gente entiende por virtud, vimos allí que se trataba de: “una disposición del hombre para obrar”. Pero nosotros sabemos que el hombre común no tiene alma; hasta el pequeño diccionario, opina que es una “sustancia espiritual e inmortal del hombre”
Sabemos que el alma –ánima- debe ser construida penosamente para hacerse recién después, acreedora a un destino. Sabemos que el hombre máquina no posee voluntad y que nada “hace”, sino que todo le “sucede”. Para estudiar entonces el tipo de Fe que correspondería al hombre en vías de desarrollo, remitámonos a ciertos aspectos fundamentales del Trabajo.
En la etapa de la cual hablamos, la preocupación está puesta en conocerse a sí mismo, es conocer la propia máquina como condición previa para más tarde poder dejar de ser una máquina.
En esta etapa, el sujeto estudia sus funciones, la corrección de sus centros de gravedad, sus reacciones, sus ciclos, su inevitable mecánica particular de dependiente de una máquina más amplia que lo contiene y lo determina.
En esta etapa, su pensamiento relacionante se desarrolla y tiende a ser menos dominado por raciocinios exclusivamente causales y asociativos; el mismo conocimiento de su estructura, por elemental que éste sea, lo lleva a considerar el Universo como una estructura donde todo se mueve articuladamente de acuerdo a leyes objetivas. Es esto último, precisamente lo que lo hace acreedor a una Fe distinta a la del hombre ordinario.
Es Fe, la del hombre de Trabajo, que se caracteriza por cierto grado de certeza; no decimos claridad analítica hacia lo que provoca la Fe, que destruiría el concepto de Fe; sino la de “certeza de creer en...”, como corolario de sus certezas en creencias menores, que ya han dejando de ser creencias para transformarse en evidencias.
Seamos más claros.
Si he acostumbrado mi mente a desechar el análisis de un fenómeno aislado, desconectado de aquellos otros que lo explican.
Si he comprobado experimentalmente la interconexión de fenómenos y la necesidad de comprenderlos de acuerdo a su posición en una estructura general.
Si entiendo que un sistema cualquiera se comprende teniendo en cuenta el medio en que se desenvuelve, el sistema mayor que lo alimenta y uno menor que recibe del mismo.
Si he comprobado ciclos de una planta que nace, crece y decae, y he relacionado esos ciclos con mis propios ciclos, relacionando velocidades y utilidades.
Entonces diré que comienzo a usar mi forma de pensar relacionante. Y entonces me preguntaré por qué estoy en el Camino. Por qué yo estoy en esta fecha y en este ciclo. Entonces relacionaré grupos y acontecimientos, con la etapa histórica en que vivo, entonces los fenómenos que ocurrirán no se me presentarán aislados como al hombre común, sino relacionados. Esta relación será el hilo de la madeja. La madeja descubrirá el Sentido.
Lo anterior, es un aspecto del problema. Una base para desarrollar el oído del cual hablamos. Para el que está en el Trabajo se necesitará que no sólo perciba de una forma especial, sino que distinga los rasgos del hombre despierto, que él mismo desea llegar a ser. Y si no puede, que distinga los frutos para así reconocer el árbol.
A causa de todo esto; de comprobar que el Trabajo en uno, y de evidenciar experimentalmente que lo ya realizado en esta orientación es “verdad”, podrá dar a su Fe un tinte de certeza. Será esta Fe especial de individuo selecto lo que simiente la creencia futura del hombre ordinario. La misión es vital.
El futuro de la humanidad depende del tipo de puente que se le extienda, de su solidez, del lugar adecuado donde se construye, en la fecha de la gran crecida de fenómenos por ocurrir.
Solamente ahora trataremos de definir más precisamente la Fe, concepto en sí, muy diferente al de creencia, en otras razones, por el sólo hecho de tener un vocablo propio.
Al contrario de la creencia, que existe pluralizada, la Fe es una y se adapta al singular. Un hombre tiene muchas creencias, y si bien puede tener Fe en muchas cosas, esa es una sola; las creencias son distintas.
La Fe posee tónica y dirección. Como potencial en el hombre es mucho más vibrátil y poderosa que una creencia.
La creencia como instrumento es siempre una entrega al azar, a la desconocida determinación mecánica del hombre común. La Fe es ciega, pero palpa el camino y no se equivoca en la dirección: “no sé lo que es, pero sé lo que no es”. Por eso la Fe sirve para obrar.
La Fe, si bien posee la anterior característica, va mucho más allá en su potencial y sirve para transformarse; al transformarse, el nuevo individuo ha transformado la realidad anterior. El mundo también ha cambiado.
La Fe es dinámica, porque es viva como materia repleta de potencialidades. Si la creencia es droga, la Fe es explosiva y su expansión depende del tratamiento que se le dé. Alquímicamente, es desencadenante de poderes ocultos en uno mismo, mucho más que la creencia; lleva en ella la acción y el poder sobre el mundo. En ese sentido es mágica.
Mucho más que una creencia en lo extraordinario, Fe es una suerte de extraordinaria percepción que saca al hombre de su periferia para ir más lejos de él, como si el concepto de conocimiento espacial estuviese justamente hermanado con ella.
A causa de esto, entre otras cosas, el hombre no crea para sí una Fe, es algo externo a él, que lo induce, limitándose el sujeto a desarrollarla.
Nace de la necesidad de un maestro, de un hombre superior y en su ausencia, el medio de transmisión de hombres superiores, como las parábolas, los mitos, la arquitectura poética objetiva, los símbolos y otros. Así, la Fe se induce.
La Fe tiene un carácter objetivo; por lo menos la Fe de la cual estamos hablando. De alguna manera una Fe falsa e inexistente, no es una Fe sino una creencia. El buen musulmán tiene Fe, nosotros no hemos dicho que ella por sí sola baste para que la transformación del hombre esté bien orientada, pero dijimos que una técnica verdadera precisaba desarrollarse con Fe; es distinto.
Hay quienes saben que la Fe es materia preciosa que permite obrar por “Virtud” de ella y antes habíamos visto que una virtud era: ”una disposición del alma para obrar”.
Ahora, si relacionamos la comunión del alma con la Fe, y pensamos que el alma inexistente en el hombre común, puede empezar a ser construida cuando a alguien se le da Fe, a pesar de que el hombre común cree ir él hacia las cosas, sin aceptar que son las cosas las que van hacia él.
A un hombre se le da la oportunidad de agarrar su pequeño grano de Fe. Puede perder esa oportunidad, o bien apoderarse ávidamente de ella para desarrollarla conjuntamente con toda su integridad.
La Fe se marca en los ojos como terreno fértil para el saber, el querer y el osar. Base primera de funciones, que está antes del intelecto, afectando su interacción; antes que la emoción, pero afectándola como si estuviese relacionada con un aspecto más alto: la intención emotiva primero, luego la emoción superior.
En fin, todo lo que hemos dicho de la Fe, deberá mirarse desde un punto de vista químico, físico y cósmico. Naturalmente, estos términos de la ciencia oficial son pobres puesto que la física moderna tiene su aspecto químico, y la química se reduce, en última instancia a la física. Si hubiéramos hablado de alquimia, psíquica y cósmica hubiéramos sido más exactos.
Un bombardeo al núcleo de la “esperanza” provocará que los elementos que la componen se desconecten y formen nuevos “cuerpos” distintos de ella. Pero antes de ser bombardeados, esos elementos tenían una interrelación precisa en un medio preciso y constituían la “esperanza” y ninguna otra cosa.
Deseamos, con esta experiencia supuesta, defendernos contra la poesía subjetiva, implícita por hábitos mecánicos en nosotros, impidiendo la transmisión clara de nuestras ideas. Y, haciendo notar, que la poesía objetiva, la Santa Morfología del Universo, se muestra claramente cuando, en una síntesis magistral, aparece un átomo, un pan un Maestro, el gozo, el testimonio; o bien, la Fe.
En ese sentido, la Fe también es algo preciso.
LA MISION ES VITAL
PAZ ES FUERZA
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