Si alguien pregunta a un niño qué pasa con la muerte, el niño probablemente responda cosas como esta: “pasa que uno se duerme”. Si uno le pregunta al niño si le gusta dormir cuando está cansado, el niño va a decir que sí. Si se le pregunta entonces si le gustaría morirse cuando está cansado, el niño va a decir que no.
De manera que él va a explicar esto de que morirse es como dormirse, repitiendo cuestiones que a él a su vez le dijeron. Pero claro, no está muy convencido de que se trate de lo mismo. Porque si no seguramente diría que sí, que cuando está cansado es interesante morirse. Los niños normalmente no dicen eso.
Nos encontramos con otro niño y le preguntamos qué pasa cuando uno se muere, y nos dice, “y, a uno lo entierran”. Entonces uno pregunta si le interesa morirse, y entonces dice que de ninguna manera.
Nos encontramos con otro niño, le preguntamos que pasa cuando uno se muere, y este niño nos dice como el primero, que uno se queda dormido. Y le decimos que si es interesante quedarse dormido. Y nos dice que no. Le preguntamos por qué y nos dice que porque no puede volver a jugar.
Nos encontramos ahora con uno grande. Le preguntamos qué pasa cuando uno se muere, y nos dice que eso no tiene sentido. Y le preguntamos que ¿por qué no tiene sentido? Y él nos dice que entonces para qué uno hace todas las cosas que hace, si al final se va a morir. Le preguntamos si eso del sentido de las cosas que uno hace, si él a su vez, se lo pregunta cuando piensa en que se va a morir. Nos dice que sí, porque la no-existencia es la que pone en evidencia eso de que no tiene sentido lo que suceda en la existencia.
Le preguntamos entonces si él se ha hecho los mismos problemas al pensar que antes de nacer no existía. Nos dice que no, que no ha pensado semejante cosa. Le decimos que antes de él nacer, no existía; que piense en eso de que no existía antes de nacer y que vea a ver si eso le trae algún problema de sentido de la vida. Piensa un poco que antes no había nacido, que no existía, y nos cuenta que eso no le trae mucho problema, que el problema en realidad aparece cuando él va a dejar de existir.
Entonces reflexionamos con él y le decimos: “... bueno, entonces no es un problema de no-existencia éste que a uno le crea tanta historia, porque sino debería uno tener registros similares al pensar en que no existió antes; igual, el mismo tipo de registros que al pensar que uno después no va a existir”.
Y nos dice que claro, que no es un problema en realidad de no-existencia. Y entonces es un problema de qué, le preguntamos. Es un problema de absurdo, de que las cosas no tienen sentido. Bien, dónde se registra la falta de sentido, le preguntamos. No sabe bien que estamos diciendo; nos dice que es una cosa confusa. Pero en todo caso, si piensa mucho en eso, experimenta no solo conmociones emotivas, experimenta conmociones físicas...
Tomamos a otro grande (los grandes son muy metafísicos); le preguntamos qué pasa cuando uno se muere y nos dice “se acabó todo”.
¿Para quién se acabó todo?, le preguntamos. “Para mí que me muero”. Ahá; ¿y cuando uno vive qué pasa? “Y, cuando uno vive están las cosas, están las otras personas”. ¿Qué pasa con las otras personas que uno no ve y las otras cosas que uno no ve?, “Y, para uno no existen”. ¿Qué pasa entonces cuando uno se va a dormir?, le preguntamos. Y nos dice que las cosas que uno ve dejan de existir. “Pero cómo –le decimos- si a lo mejor usted está durmiendo al lado de su pareja, que es su lazo afectivo más importante. De manera que usted se duerme y su pareja deja de existir, usted se va a otro mundo, ¿qué es esto? ”. “Y sí, nos comenta, en realidad sucede eso; empiezo a ver otro tipo de cosas”. “Pero usted no se preocupa mucho por esto de irse a dormir”. “Y no, porque después me voy a despertar...”
De manera que el problema viene un poco mezclado con esto del dormirse, despertarse, con esto de volver a reconectar.
Le decimos que qué experimenta él cuando piensa en la muerte. Y él nos dice que “experimenta asfixia”. Le decimos que entonces debe tener algún problema pulmonar. Nos dice que no, que siempre ha estado muy bien de los pulmones, pero experimenta asfixia.
Y así, transitando de niño en niño y de grande en grande, nos vamos encontrando con una gran disparidad de respuesta.
Estas respuestas son confusas. Estas respuestas normalmente son generales y difundidas. Estas respuestas no son de ninguna manera precisas. De manera que en torno a las ideas de la muerte no nos encontramos con las características propias del correcto pensar. Nos encontramos con características del “pensar climatizado”. Por consiguiente esas ideas resultan sospechosas. Resultan sospechosas porque no se configuran del mismo modo que las ideas que bien se expresan.
¿Qué es lo que sucede entonces, que preocupa tanto a la gente, con este problema de la muerte? ¿Qué piensa uno; qué morirse es desconectarse? Si fuera una cesación de funciones, simplemente, no habría mayor historia. Pero a la muerte se la pinta siempre positivamente, en el sentido de su existencia. Nadie dice que la muerte no existe; todos dicen todo lo contrario, que la muerte existe. Y hay que ver cómo se acerca la muerte, hay que ver cómo uno se acerca a su vez a la muerte. Hay que ver cómo esta figura un tanto sombría, que en distintos pueblos ha tenido distintas representaciones, tiene algún tipo de existencia que nos compromete. Como que uno se duerme en brazos de la muerte, por ejemplo; como que la muerte corta el hilo de la vida...
De manera que todo esto está muy lleno de alegorizaciones; todo esto, diría algún fisiólogo, es “demasiado límbico”, este asunto de la muerte, y no está exactamente en el plano de las ideas. Cuando se habla de la muerte da la impresión de que poco tienen que ver las ideas.
Es claro, uno alguna estructuración, alguna superestructura tendrá que hacer, para dar razón a esto. Pero el problema parece que va por otro lado.
¿Cómo describen algunos esto de que alguien muere? Dicen algunos –sobre todo cuando lo publican en algún periódico-: “Exhaló su último suspiro”, por ejemplo, como si algo saliera de su boca. Otros dicen: “quedó exánime”, es decir, sin alma, o con el alma afuera.
Algunos se preocupan por lo que pasa con esto del suspiro que se va, y otros, un poco más materialistas, se preocupan de lo que queda. Entonces hablan de que “sus restos” serán enterrados en tales y cuales circunstancias. Y hablan del cuerpo como si fueran los restos, es decir, lo que queda, lo que resta después de haber extraído la parte interesante.
Y nos encontramos con situaciones de lo más extrañas. Vamos por ejemplo a un entierro, y hay alguien que está ligado afectivamente a los restos, sobre todo cuando hay una gran cantidad de gente, de deudos, y comienza a leer ahí una cuestión (eso dependerá de los pueblos, hay pueblos más afectos que otros a estas cosas, suceden más o menos estas situaciones). Llega entonces en encargado de esta cuestión, saca un papel y comienza a hablar y no se sabe bien a quien le habla. Tal vez le hable a los que están alrededor, y eso está bien. Aprovecha la circunstancia entonces para dar una clase en torno a la vida y cosas semejantes.
Si le hablara a los presentes, la cosa podría resultar bastante pedagógica. Pero sucede que en esos discursos, se le suele hablar a los restos. Entonces se les dice: “Tú, que en la vida has sido tal y cual cosa”. Entonces uno piensa, ¿a quién le está hablando, a los restos o a lo que se fue? Y esa es la situación contradictoria que experimenta el que habla, porque a veces dice: “Sabemos que está en la gloria”, o que “Tu inmortalidad...” Y a veces le dice: “Te has ido para siempre de nosotros”, y nosotros no sabemos bien dónde ubicar al interlocutor.
Fíjense que el mismo tratamiento del tema genera contradicción. ¿Dónde se ha visto que la gente se ría de la muerte? Lo normal es que la muerte genere congoja. ¿Y por qué genera congoja la muerte, tristeza? ¿Por qué la muerte genera tristeza, y por qué no debemos reírnos de la muerte? ¿Y por qué experimentamos una contradicción interna cuando nos reímos de la muerte? Bueno, normalmente porque la muerte está asociada a algunos familiares o gentes con los cuales estamos ligados afectivamente. Entonces reírnos de la muerte, es un poco reírnos de lo que les sucedió a estos familiares y eso no está bien.
Pero resulta que nosotros no estamos hablando de los familiares. Nosotros estamos hablando de la muerte y de lo que sucede en tal hecho y con tal acontecimiento, de manera que no deberíamos tener mayores problemas en esto que en realidad es bastante pintoresco.
Volvamos a nuestro tema inicial. Ahí está éste de los papeles. Le habla un poco al público; está bien, es pedagógico, es instructivo. Le habla otro poco a aquello que está en algún lugar; no se sabe bien dónde está ese lugar, pero en algún lugar está. Y le habla finalmente a los restos. Y así, en esta cuestión de lugares indefinidos, de parientes definidos y de restos precisos, ahí va él haciendo sus elaboraciones.
Están los otros; son materialistas, claro, no van a hablar entonces a ése que nos está escuchando, porque nadie nos está escuchando, porque no hay alma, pero entonces se dirige a los restos, éste que no cree en el alma, y explica que su memoria va a continuar iluminándonos y vamos a seguir el camino que tan ejemplarmente abrió él en su vida; y entonces ya no entendemos nada.
Entonces, puestos nosotros normalmente en situaciones de este tipo, tenemos experiencia como de sueño, y salimos de esas situaciones como si saliésemos de un sueño. Los registros que se experimentan en tales situaciones son registros enrarecidos, totalmente enrarecidos.
La muerte es una cosa grave, según parece. De hecho se dice que la vida de uno se configura en el último momento; se dice que la vida de una persona puede juzgarse recién cuando se muere, antes no, parece que hubiera estado de paso, parece que el interés está puesto cuando se cierra la operación.
Suceden cosas muy extrañas con esto de la muerte, pero en todo caso no suceden cosas muy vigílicas.
Y cuando surgen las ideologías en general, que hablan de la muerte, y empiezan las superestructuras en torno a la muerte, nosotros siempre tenemos la impresión, el registro interno, de que aunque sean ideologías, están fuertemente tomadas por climas que no corresponden a una ideología precisa.
Y entonces qué pasa con nosotros y la muerte. En realidad no pasa gran cosa, pero deberíamos atender a algunos registros.
Nuestro amigo, en esta explicación previa que nos dio, nos habló justamente del asunto de la muerte; son coincidencias. Y nos dijo que tenía fuertes registros en torno a él que se veía muerto, fuertes registros en torno a otra persona que veía muerta. Fuertes registros, cómo, ¿fuertes registros físicos?. Cuando uno teme morirse tiene registros, ¿qué registros tiene, metafísicos?. No tiene registros metafísicos, tiene registros bien físicos. Algo pasa con la muerte, que provoca en uno registros físicos.
Ustedes habrán tenido la oportunidad de ver alguna persona que entra en una morgue, por ejemplo, y al entrar a esa morgue y ver algunos restos no se pone a hacer consideraciones ideológicas, sino que, por ejemplo, se desmaya. Otros no se desmayan pero cuentan que tienen mareos, como si perdieran un poco la sensación de “piso”, de estar apoyados. De manera que esto es bastante físico.
¿Han visto ustedes algunos animales y han visto el comportamiento de esos animales con sus semejantes ?; ¿no han visto por ejemplo, el resto de un gato y otro gato vivo al lado, llorando durante toda la noche y lanzando sus vibraciones como si lo estuviera “velando”, diríamos en Latinoamérica? ¿Han visto la preocupación de algunos animales por los restos de otro? ¿Han visto como se espantan a veces en el campo, como se asustan los caballos cuando encuentran a otro animal muerto?
Parece que esta visión del problema moviliza fuertes registros instintivos. Y esta movilización de fuertes registros instintivos no es una actividad muy vigílica que digamos. Parece importante estudiar el problema de la muerte desde el punto de vista de los registros, dejando las superestructuras para otra ocasión.
Cuando uno se imagina muerto, puede hacerlo viendo, por ejemplo, su propia figura. Ahí está uno muerto, ahí están los restos de uno; bueno, ahí está uno quieto. Si ahí está uno quieto, entonces no tiene por qué preocuparse mucho de lo que pasa alrededor. Sin embargo hay personas que se siguen preocupando por lo que pasa alrededor, están vivas y se piensan muertas.
Piensan por ejemplo, que ciertos tipos de entierro o de incineración son más adecuados que otros. Están preocupados, por ejemplo, en que van a ser incinerados y eso, dicen, es más higiénico que ser enterrados. Pero, ¿y que preocupación hay con esto de que sea más higiénico o no, si uno no está presente para ver estas operaciones? Dicen entonces (pensando un poco), bueno, no, es por los familiares, para que los familiares no anden con estas cuestiones.
Hay algunos muy preocupados por su aspecto; cuando se piensan muertos, tratan de ver que la cosa quede más o menos decorada. Claro, no por ellos tampoco, sino por la imagen que van a dar. Gente muy preocupada de su propio yo y de su propia exteriorización, Muy bien.
Uno piensa a veces que cuando uno se muera se van a quedar muy preocupados los otros. Desde luego que el registro del sufrimiento de otras personas, provoca en uno registro. Si uno ve una persona sufrir, este sufrimiento que ve en otra persona provoca en uno también, el registro de sufrimiento. Esto es razonable, esto es comprensible. Y es comprensible también que cuando uno se imagina muerto, surjan imágenes de dolor y sufrimiento en las otras personas, y al representarse tal imagen entonces, uno experimenta el sufrimiento por lo que pasa en los otros; también es razonable.
Pero ya no es tan razonable que uno experimente sufrimiento por el hecho de verse muerto. Si a uno le preguntan qué pasa cuando uno muere, va a decir, bueno que uno no siente nada. Y si uno no siente nada, entonces para qué preocuparse. Sí, claro, pero queda una sensación rara de todas maneras...
Es que no se cree mucho en esto de que no se siente nada. He ahí uno de los problemas. ¿Han tratado ustedes de imaginarse a ustedes mismos, no ya muertos sino en cualquier situación, de imaginarse a ustedes mismos sin sentir nada? Hay dificultades en la representación. Uno se imagina a sí mismo en un lugar haciendo cosas sintiendo algo, y uno no se imagina a sí mismo sin sentir nada.
Este hecho sicológico del registro de uno mismo es el que opone una seria dificultad a esta cuestión de imaginarse muerto, e imaginarse sin sentir nada. De manera que hay una cierta dificultad de configuración sicológica en esto de no sentir nada, y esto da registros extraños que no se comprenden bien. ...Y entonces uno esta muerto, no siente nada, pero resulta que algo siente uno, y uno está preocupado al verse ahí muerto sin sentir nada. Se enrarece el clima, hay dificultades en el registro.
Nosotros no aseguramos que los muertos registren o no registren, ése no es el problema. El problema está en lo que le pasa a uno con esto que cree registrar en la muerte.
Hay algunos que explican así: si a uno le duele enormemente un dedo, cuando pasa algo, si uno tiene serios problemas cuando puede perder algo, esto de morirse debe ser grave, porque este asunto puede ser amplificado. Hay quienes tienen temor a la muerte, pero por el horror al dolor; razonable, muy razonable; ¿cómo le va a gustar a uno sufrir de ese modo al morirse? Eso es razonable.
Pero parece que el hincapié no estuviera puesto en esto de sufrir mucho al morirse, parece que hincapié estuviera puesto en la muerte misma o después de la muerte (no hablamos de la trascendencia, hablamos de ese “después” que no se sabe registrar bien), ¿y qué es ese después? Algunos niños respondieron, “claro, a uno lo entierran”. Esto no es agradable. ¿Les parece agradable que los entierren?.
Imaginen un poco, ustedes están adentro de una caja. Un montón de personas hacen un pozo, por ejemplo, o bien en el cemento, ahí hay un lugar. Y ahí además de meterlos en una caja, los meten en el piso o los meten en el cemento y les echan tierra encima, o les meten cemento como para que no salgan. Por supuesto esto responde a otras necesidades de higiene social, pero la imagen es un poco ésta. Además de meterlos en una caja, les meten tierra encima.
Imagínense ustedes adentro de esa caja y además con tierra encima, ustedes no ven la tierra, ustedes no ven la caja, ustedes no ven absolutamente nada. Pero ¿qué tal la sensación que provoca semejante representación?. La sensación es un poco asfixiante. Imagínense ahora en la caja bajo tierra pero boca abajo, ¿pueden?, se enrarece la situación. Imagínense, por ejemplo, ustedes en la caja, los familiares vienen, los ven, pero ustedes en vez de estar expuestos, como se suele hacer, están boca abajo. La situación tiene algo de ridículo. Imagínense ustedes ahora enterrados, o sea metidos bajo tierra pero cabeza abajo, es decir, con los pies para arriba; la sensación que experimentan es diferente. Imagínense ustedes ahora en ese cajón enterrados pero cabeza arriba y con los pies abajo; la sensación que experimentan es diferente.
De manera, que según ustedes tengan grabada un tipo de operación sobre sus restos, van también, según lo coloquen de distinto modo en el espacio de representación, a experimentar sensaciones diferentes.
El tratamiento de los propios restos es cosa de cuidado y la imagen que se tiene en torno al tratamiento de estos restos provoca, sin duda, registros diferentes, registros muy diferentes. Miren cuando una persona se queda encerrada en un ascensor, ni sube ni baja, ni puede salir, ni hay quien lo escuche a uno, siente una asfixia extraordinaria, no tanto por lo que vaya a pasar (seguramente a los dos minutos eso se arregla) sino por la imaginación, por las imágenes que atropelladamente comienzan a pasar, en donde los espacios parecen reducirse, el aire parece faltar, la desesperación cunde, Es este registro asfixiante que seguramente tienen más fuertemente aquellos con dificultades respiratorias, es ese registro fuertemente asfixiante el que lo compromete a uno cuando imagina sus restos ubicados bajo tierra.
Hay un problema con la respiración, sin ninguna duda. Y tal es el problema con la respiración que así se ha definido, precisamente, al problema de la muerte, como decíamos antes: “exhaló su último suspiro”, se quedó sin respirar, quedó exánime, quedo sin alma.
De esto de quedarse sin respirar tenemos registros bastantes graves, al sumergirnos en el agua y faltarnos el aire, al quedarnos bajo una almohada y faltarnos el aire, adentro de un ascensor y faltarnos el aire. Este registro lo tenemos de algún modo, claro que lo tenemos. Y acá parece que la cosa se complica.
Pero hay otro tipo de registros, el registro de la continuación de tal proceso. Ahora resulta que lo entierran a este señor; pasa un día sin aire; pasan varios día sin aire y además comienza ahí a haber un conjunto de operaciones, un conjunto de operaciones que uno no quiere imaginar (pero que imagina), el conjunto de operaciones propias de la vitalidad difusa. Allí algo se está moviendo. El sujeto está muerto pero algo se está moviendo ahí, está trabajando, y ese cuerpo se está descomponiendo. ¿A qué persona razonable le va a gustar que su cuerpo se descomponga?, esto no puede ser agradable, de ninguna manera, y no puede ser agradable tampoco que a esa persona la entierren y le falte el aire, y no puede ser agradable de ninguna manera el tratamiento que le dan a semejante cuerpo.
Imagínense una cosa exagerada, por ejemplo, consideren que en la sociedad en que vivimos se tratara a los cuerpos de los que mueren, del siguiente modo: “Una persona muere y entonces inmediatamente le abren la boca, le meten un embudo y le echan...”, si ustedes empiezan a imaginar este tipo de cosas, van a ver que con respecto a la muerte van a tener mayores problemas. Si empiezan a darle de palos al que muere o empiezan a tratarlos desconsideradamente al cuerpo del que en vida fuera tal persona; si empiezan a tratarlos de ese modo, a ustedes le va a gustar todavía mucho menos morirse y sin embargo nada tienen que ver con esos registros, porque no sienten tales registros...
Pero es que la imagen que trabaja, y este imaginarse de todos modos a ustedes mismos como sintiendo, esta ilusión de la imaginación, les trae inagotables dolores e inagotables sufrimientos. Pero desde luego no es que por el hecho de la muerte en sí, sino por las dificultades sicológicas que hay en la representación, y por los registros que se cree tener de lo que sucede a ese cuerpo.
Esto ha dado lugar a innumerables formas de tratar a los restos. Hay un inventario extraordinario en torno al tratamiento que se da a los cuerpos de los que mueren.
Mucho menos debe gustar todavía, morir, a las gentes de ciertas culturas en donde para morir, cuando llegan a cierta edad, tienen que alejarse de sus tribus y quedarse quietas a disposición de un oso, por ejemplo, para que el oso acabe con su vida. Se darán cuenta ustedes que imaginar tal situación, para los que viven en esa cultura, es bastante más grave que para otros que, de todos modos, tienen alguna consideración con los restos. Porque además está asociado, ese registro de quedarse sin aire y todo aquello y de lo asfixiante, a una situación efectivamente dolorosa y de lo más trágica. Así que el registro se amplifica según lo que va a pasar en tales momentos.
Hay gentes que queman a los cuerpos; hay gentes que entierran a los cuerpos; hay gentes, como algunos tibetanos, que una vez muerto el sujeto, hay un encargado ahí que se lleva el cuerpo, lo pone en una roca y empieza a separar víscera por víscera, pedazo por pedazo y a distribuirlos a las aves que se van quedando con esos pedazos de resto. Cuando la osamenta está debidamente preparada la machaca íntegramente y una vez machacada, reducida a polvo, entonces dispersa este polvo por el viento. Si uno se imagina semejante tratamiento con su cuerpo, tiene problemas.
Algunos que registraron esos problemas se preocuparon bastante por cuidar su cuerpo. Se preocuparon por los perfumes, los óleos, los embalsamamientos, la pervivencia del propio cuerpo.
Otros, de acuerdo a las condiciones que presenta el lugar en que viven, colocan a esos cuerpos en las alturas, en un árbol, envuelto, a fin de que se descomponga, pero de todos modos esté protegido de la acción de animales terrestres. Otros pueblos colocaron a los cuerpos en casas de silencio, es decir, en unas construcciones que había; se colocaba ahí a los cuerpos para que se realizara ese proceso de descomposición, pero también para que no fueran tocados por los animales. Esto de que hubo castigos en algunas épocas que consistían no solo en liquidar al culpable, sino además en distribuir su cuerpo a los perros, esto, es el colmo de las ofensas, y esto es el peor de los tratamientos que se puede hacer con los restos.
Y claro, según las culturas también y según el medio en que habitaban esas culturas se optó, no por colocar a las gentes en rocas porque no había muchas rocas; no por colocar a las gentes en árboles porque no había muchos árboles. Se hizo como se podía, y ¿qué se podía hacer?, pues enterrar a la gente y de todos modos ponerla a protección de esos animales que de algún modo es una situación infamante, ésta de los animales y el propio cuerpo y demás. Y además para protección, porque de algún modo se vio que esto de dejar expuestos a los cuerpos, provocaba problemas a los vivos, incluso desde el punto de vista de la higiene social.
Y entonces estas culturas trataron así a los cuerpos, enterrándolos, no tenían otro modo. Y otros que eran más pródigos en vegetación y demás, prefirieron quemar los cuerpos.
Pero vean que pasa cuando ahora ustedes imaginan a un ser querido muerto. Ahí está el ser querido, ustedes están asistiendo al funeral, luego retiran al cuerpo, ustedes se quedan ahí, pero ya no está presente ese ser querido. ¿Dónde imaginan ustedes al ser querido?; a veces lo imaginan como si estuviera presente; una imagen fugaz. Pero ¿adónde lo imaginan en ese momento sufriente, cuando ustedes están mal por la muerte de ese familiar?; Lo imaginan en el lugar físico donde esta emplazado.
Si el cementerio por ejemplo estuviera atrás, lo imaginarían atrás del espacio de representación. Si el cementerio estuviera adelante, lo imaginarían adelante; ¿dónde está el cuerpo del familiar de ustedes?, está en el espacio de representación que corresponde a la ubicación que tienen ustedes con respecto al lugar donde se deposita el cuerpo, ¿sí?. Ustedes ubican en el espacio el cuerpo de ese familiar, ¿cómo lo ubican?, lo ubican a lo mejor en una tumba; y ¿qué más?, y, lo ubican de noche, normalmente lo ubican de noche: Si lo ubican de día está más acompañado, les parece a ustedes, si lo ubican de noche está solo. Esto de que el cuerpo del familiar de ustedes esté solo, y ustedes aquí vivos rodeados de personas y en las cosas que hay que hacer, esto de dejar solo al cuerpo de ese familiar, también les genera problemas, también les genera sufrimiento, es inevitable.
Pero este registro lo tienen. Allá está, ubicado espacialmente en un lugar con su asfixia, sus historias y su proceso de vitalidad difusa, y acá están ustedes haciendo cosas y tratando de recomponer la situación que de algún modo se ha quebrado, ¿no es cierto?. Lo ubican en el espacio, lo ubican en situación y lo ubican con registros que corresponden en realidad a las actividades vitales, y de ningún modo lo ubican como debería ser la cosa; como nada que ver con aquello.
Ni hablar de esas cosas afectivas y muy simpáticas, por otra parte, de que de vez en cuando se hace alguna visita al lugar, que es una especia de demostración de afecto un tanto alegórica, pero que, aparte de alegórica tiene sus fuertes contenidos alegorizantes y los climas que le corresponden. A veces también se hacen algunas oraciones o algunos actos internos, pero que se refieren al cuerpo de ese familiar que está ubicado en un lugar del espacio preciso.
A veces, si son más dramáticos, imaginan a ese cuerpo en esa tumba, en esa oscuridad de la noche; si son más dramáticos imaginan el silbido del viento entre los árboles especiales que tienen los cementerios, y si son más dramáticos pueden imaginar unas cuantas cosas más. Que eso le pase a un familiar, vaya y pase; que esto les pase a ustedes, les complica.
La experiencia de la muerte en los demás, es evidentemente shockeante. Y como por razones estadísticas se van viendo que se van muriendo unos y otros y no va quedando nadie, tarde o temprano será que uno tendrá que entrar en esa estadística. La inevitabilidad de la muerte crea problema. De manera que nos preocupa bastante el tema de la muerte y tratamos de saber bien de qué se trata, pero hasta cierto punto. Lo demás lo hace la imaginación por nosotros.
El temor a la muerte, el registro físico de temor a la muerte es producto exclusivo de la imaginación. Es una elaboración absolutamente ilusoria de lo que allí ocurre.
No puede haber liberación de tal registro de la muerte si no se capta, si no se comprende, y de algún modo, no se trabaja, esta ilusión que existe con respecto de la muerte. Es decir, la gente registra esta ilusión, hace su elaboración, tiene su registro corporal; de ninguna manera la gente considera al hecho de muerte como ilusorio. La gente, desde luego cree en la muerte, pero no cree solo en el sentido físico de la muerte sino que cree en la muerte con los registros que aparentemente acompañan al muerto; y eso es ilusorio...
De tal manera que nosotros, puestos en esa situación o puestos a pensar en tales cosas, deberíamos comprender bastante bien el hecho ilusorio de la muerte, en cuanto a registros que se creen tener de tal fenómeno cuando tal cosa acontece.
La imaginación sobre la muerte, este imaginar la propia muerte como registro de actividades, este imaginar la propia muerte como algo “positivo” (no como algo no-existente), es fuente de innumerables sufrimientos, y es un fenómeno que va pesando cada vez más a medida que el sujeto va procesando en edad; a medida que el sujeto va procesando en edad; a medida que el sujeto va envejeciendo, este registro ilusorio de la muerte se convierte cada vez más en una fuente inagotable de sufrimiento.
La gente joven no tiene mayor problema con esto, cree que va a durar mucho tiempo. La gente que empieza a dudar acerca de su duración, empieza a crearse serios problemas. Se darán cuenta que tal fuente de sufrimiento es también un factor de inhibición muy serio. Nadie piensa que cuando se muere, por ejemplo, se relaja magníficamente y suelta todo tipo de tensión. Al contrario, uno se imagina contraído (es cierto que existen fenómenos conocidos como “rigor mortis”, es decir que los cuerpos se endurecen), pero bueno, en el lecho de la muerte no se imaginan como soltándose sino más bien como tensando. Esto de tensar, este registro de la propia tensión, esto de no querer soltar, esto se parece mucho al registro de la posesión en general.
Uno no quiere soltar ni una miga de pan, mucho menos va a querer soltar el propio cuerpo. Y claro, ¿cómo se lo imagina uno a esto?; como una lucha con la muerte, como un sistema de tensiones en juego.
Acá también existe otra trampa de la mente. Cosas que pudieran ser placenteras, en ocasiones están teñidas de contenidos terribles. Hemos contado, en alguna ocasión, un caso que es revelador de muchos casos.
El caso es este: Un joven muy maltratado desde su infancia, tiene asociado a los registros placenteros, registros de dolor. De tal modo que bastara que comiera un dulce, para inmediatamente le descargaran una paliza, por ejemplo. Bastaba que hiciera algo agradable, para que inmedia-tamente tuviera registros de dolor. Las cosas se fueron complicando con este joven, y claro, el registro que tenía del mundo era un registro doloroso, un registro de defensa, un registro de tensión muscular intensa.
Ese era el registro que tenía en general del mundo, pero además, este registro invadía situaciones placenteras, de tal modo que al experimentar un determinado placer, lo experimentaba con tensión también. Y llegó a situaciones tales en que, teniendo grandes tensiones y estando al borde del desequilibrio, pensó en descargar, por ejemplo, tensiones sexuales. Y cuando iba a descargar tales tensiones, experimentó, tuvo el registro, de que iba a morir. Por supuesto produjo gran contracción y salió de la situación, con lo cual aumentó el registro de la tensión interna.
El experimentaba la sensación que al distenderse iba a morirse. Es decir, él de algún modo, experimentaba imaginariamente que esto de la distensión placentera era para él no registro, y, no registro, igual muerte. Por consiguiente, registro únicamente lo doloroso; dejo de registrar la tensión, no registro; por lo tanto me muero. Y en sus fantasías y en sus elaboraciones estaba absolutamente ligado esto del sexo a la muerte.
Este caso lo conocemos y conocemos muchos casos más. Pero también conocemos verdaderos sistemas de ideación que se han impuesto, asociando esto de sexo a la muerte. Y también algunos sicólogos torcidos, han trabajado con esta asociación entre el placer y la muerte, cosa que, desde luego, no tiene nada que ver. Pero se ha especulado considerablemente con esto de soltarse, o experimentar el placer, en cualquier campo que fuera, es pecaminoso y por lo tanto acerca a uno a la muerte, y no lo acerca a la vida. De manera que para vivir, sobre todo para vivir en otro mundo, es necesario tensar y es necesario sufrir. Imagínense ustedes la situación que se genera, bastante contradictoria por cierto.
Este joven, que no adhería de todos modos a esas corrientes espirituales, de todos modos, aunque era ateo, experimentaba ese fuerte registro de que la distensión placentera representaba muerte. Que para no morirse y para que no desapareciera su yo, y para no desintegrarse y para no quedarse sin registro, era necesario seguir contraído ante tales situaciones.
Tenía, desde luego, enormes dificultades para cualquier tipo de trabajo catártico. Ni hablar de un trabajo transferencial: sencillamente no podía soltarse. Y aún cuando supiera que sus problemas eran problemas de tensión, y aún cuando supiera que sus mecanismos de defensa eran los que estaban oprimiéndolo (que a lo mejor fueron sumamente adecuados en el momento en que le propinaban tales castigos), esos mecanismos que fueron muy adecuados en ese momento, porque fue lo mejor que pudo hacer: defenderse y tensar, esos registros continuaron en su biografía.
Y entonces ahora, cualquier situación, sea dolorosa o placentera, de todos modos se registra con tensión, lo cual trae dolor. De algún modo provocar esa distensión es perder el yo, perder la identidad, perder la integridad. De manera que el único registro que se tiene de la propia vida es un registro doloroso. Y esto de soltar el registro doloroso, se experimenta ahora contradictoriamente como otro tipo de sufrimiento, el sufrimiento de la pérdida de la integración, de la pérdida del yo.
Que se sufra por estar tenso, razonable; pero que se sufra por distender, porque se va a perder el yo, es un poco enrarecido. Nuestro amigo sufre porque tensa, y sufre porque si distiende va a perder el yo. En todos los casos sufre. En todos los casos hay posesión.
Y esto de la muerte, que a veces está identificada al placer o a veces está identificada al sufrimiento, con esto mismo de la muerte está siempre presente el registro del dolor; hay también dificultades de representación de uno mismo como no registrando, pero básicamente y en la raíz de todo aquello, está funcionando el mecanismo de tensión al cual plásticamente graficamos diciendo: posesión.*
Silo. Canarias 1976
Nos encontramos con otro niño, le preguntamos que pasa cuando uno se muere, y entonces nos dice que “uno se va al cielo”. ¿Y qué hay en el cielo?, “Y, en el cielo está bien todo y se puede jugar y hacer esto y lo otro”. Le decimos entonces si le interesa morirse y nos dice que no. Entonces le preguntamos que ¿por qué no?, entonces se confunde un poco y nos dice que cuando alguien se muere los demás lloran...
Nos encontramos con otro niño y le preguntamos qué pasa cuando uno se muere, y nos dice, “y, a uno lo entierran”. Entonces uno pregunta si le interesa morirse, y entonces dice que de ninguna manera.
Nos encontramos con otro niño, le preguntamos que pasa cuando uno se muere, y este niño nos dice como el primero, que uno se queda dormido. Y le decimos que si es interesante quedarse dormido. Y nos dice que no. Le preguntamos por qué y nos dice que porque no puede volver a jugar.
Nos encontramos ahora con uno grande. Le preguntamos qué pasa cuando uno se muere, y nos dice que eso no tiene sentido. Y le preguntamos que ¿por qué no tiene sentido? Y él nos dice que entonces para qué uno hace todas las cosas que hace, si al final se va a morir. Le preguntamos si eso del sentido de las cosas que uno hace, si él a su vez, se lo pregunta cuando piensa en que se va a morir. Nos dice que sí, porque la no-existencia es la que pone en evidencia eso de que no tiene sentido lo que suceda en la existencia.
Le preguntamos entonces si él se ha hecho los mismos problemas al pensar que antes de nacer no existía. Nos dice que no, que no ha pensado semejante cosa. Le decimos que antes de él nacer, no existía; que piense en eso de que no existía antes de nacer y que vea a ver si eso le trae algún problema de sentido de la vida. Piensa un poco que antes no había nacido, que no existía, y nos cuenta que eso no le trae mucho problema, que el problema en realidad aparece cuando él va a dejar de existir.
Entonces reflexionamos con él y le decimos: “... bueno, entonces no es un problema de no-existencia éste que a uno le crea tanta historia, porque sino debería uno tener registros similares al pensar en que no existió antes; igual, el mismo tipo de registros que al pensar que uno después no va a existir”.
Y nos dice que claro, que no es un problema en realidad de no-existencia. Y entonces es un problema de qué, le preguntamos. Es un problema de absurdo, de que las cosas no tienen sentido. Bien, dónde se registra la falta de sentido, le preguntamos. No sabe bien que estamos diciendo; nos dice que es una cosa confusa. Pero en todo caso, si piensa mucho en eso, experimenta no solo conmociones emotivas, experimenta conmociones físicas...
Tomamos a otro grande (los grandes son muy metafísicos); le preguntamos qué pasa cuando uno se muere y nos dice “se acabó todo”.
¿Para quién se acabó todo?, le preguntamos. “Para mí que me muero”. Ahá; ¿y cuando uno vive qué pasa? “Y, cuando uno vive están las cosas, están las otras personas”. ¿Qué pasa con las otras personas que uno no ve y las otras cosas que uno no ve?, “Y, para uno no existen”. ¿Qué pasa entonces cuando uno se va a dormir?, le preguntamos. Y nos dice que las cosas que uno ve dejan de existir. “Pero cómo –le decimos- si a lo mejor usted está durmiendo al lado de su pareja, que es su lazo afectivo más importante. De manera que usted se duerme y su pareja deja de existir, usted se va a otro mundo, ¿qué es esto? ”. “Y sí, nos comenta, en realidad sucede eso; empiezo a ver otro tipo de cosas”. “Pero usted no se preocupa mucho por esto de irse a dormir”. “Y no, porque después me voy a despertar...”
De manera que el problema viene un poco mezclado con esto del dormirse, despertarse, con esto de volver a reconectar.
Le decimos que qué experimenta él cuando piensa en la muerte. Y él nos dice que “experimenta asfixia”. Le decimos que entonces debe tener algún problema pulmonar. Nos dice que no, que siempre ha estado muy bien de los pulmones, pero experimenta asfixia.
Y así, transitando de niño en niño y de grande en grande, nos vamos encontrando con una gran disparidad de respuesta.
Estas respuestas son confusas. Estas respuestas normalmente son generales y difundidas. Estas respuestas no son de ninguna manera precisas. De manera que en torno a las ideas de la muerte no nos encontramos con las características propias del correcto pensar. Nos encontramos con características del “pensar climatizado”. Por consiguiente esas ideas resultan sospechosas. Resultan sospechosas porque no se configuran del mismo modo que las ideas que bien se expresan.
¿Qué es lo que sucede entonces, que preocupa tanto a la gente, con este problema de la muerte? ¿Qué piensa uno; qué morirse es desconectarse? Si fuera una cesación de funciones, simplemente, no habría mayor historia. Pero a la muerte se la pinta siempre positivamente, en el sentido de su existencia. Nadie dice que la muerte no existe; todos dicen todo lo contrario, que la muerte existe. Y hay que ver cómo se acerca la muerte, hay que ver cómo uno se acerca a su vez a la muerte. Hay que ver cómo esta figura un tanto sombría, que en distintos pueblos ha tenido distintas representaciones, tiene algún tipo de existencia que nos compromete. Como que uno se duerme en brazos de la muerte, por ejemplo; como que la muerte corta el hilo de la vida...
De manera que todo esto está muy lleno de alegorizaciones; todo esto, diría algún fisiólogo, es “demasiado límbico”, este asunto de la muerte, y no está exactamente en el plano de las ideas. Cuando se habla de la muerte da la impresión de que poco tienen que ver las ideas.
Es claro, uno alguna estructuración, alguna superestructura tendrá que hacer, para dar razón a esto. Pero el problema parece que va por otro lado.
¿Cómo describen algunos esto de que alguien muere? Dicen algunos –sobre todo cuando lo publican en algún periódico-: “Exhaló su último suspiro”, por ejemplo, como si algo saliera de su boca. Otros dicen: “quedó exánime”, es decir, sin alma, o con el alma afuera.
Algunos se preocupan por lo que pasa con esto del suspiro que se va, y otros, un poco más materialistas, se preocupan de lo que queda. Entonces hablan de que “sus restos” serán enterrados en tales y cuales circunstancias. Y hablan del cuerpo como si fueran los restos, es decir, lo que queda, lo que resta después de haber extraído la parte interesante.
Y nos encontramos con situaciones de lo más extrañas. Vamos por ejemplo a un entierro, y hay alguien que está ligado afectivamente a los restos, sobre todo cuando hay una gran cantidad de gente, de deudos, y comienza a leer ahí una cuestión (eso dependerá de los pueblos, hay pueblos más afectos que otros a estas cosas, suceden más o menos estas situaciones). Llega entonces en encargado de esta cuestión, saca un papel y comienza a hablar y no se sabe bien a quien le habla. Tal vez le hable a los que están alrededor, y eso está bien. Aprovecha la circunstancia entonces para dar una clase en torno a la vida y cosas semejantes.
Si le hablara a los presentes, la cosa podría resultar bastante pedagógica. Pero sucede que en esos discursos, se le suele hablar a los restos. Entonces se les dice: “Tú, que en la vida has sido tal y cual cosa”. Entonces uno piensa, ¿a quién le está hablando, a los restos o a lo que se fue? Y esa es la situación contradictoria que experimenta el que habla, porque a veces dice: “Sabemos que está en la gloria”, o que “Tu inmortalidad...” Y a veces le dice: “Te has ido para siempre de nosotros”, y nosotros no sabemos bien dónde ubicar al interlocutor.
Fíjense que el mismo tratamiento del tema genera contradicción. ¿Dónde se ha visto que la gente se ría de la muerte? Lo normal es que la muerte genere congoja. ¿Y por qué genera congoja la muerte, tristeza? ¿Por qué la muerte genera tristeza, y por qué no debemos reírnos de la muerte? ¿Y por qué experimentamos una contradicción interna cuando nos reímos de la muerte? Bueno, normalmente porque la muerte está asociada a algunos familiares o gentes con los cuales estamos ligados afectivamente. Entonces reírnos de la muerte, es un poco reírnos de lo que les sucedió a estos familiares y eso no está bien.
Pero resulta que nosotros no estamos hablando de los familiares. Nosotros estamos hablando de la muerte y de lo que sucede en tal hecho y con tal acontecimiento, de manera que no deberíamos tener mayores problemas en esto que en realidad es bastante pintoresco.
Volvamos a nuestro tema inicial. Ahí está éste de los papeles. Le habla un poco al público; está bien, es pedagógico, es instructivo. Le habla otro poco a aquello que está en algún lugar; no se sabe bien dónde está ese lugar, pero en algún lugar está. Y le habla finalmente a los restos. Y así, en esta cuestión de lugares indefinidos, de parientes definidos y de restos precisos, ahí va él haciendo sus elaboraciones.
Están los otros; son materialistas, claro, no van a hablar entonces a ése que nos está escuchando, porque nadie nos está escuchando, porque no hay alma, pero entonces se dirige a los restos, éste que no cree en el alma, y explica que su memoria va a continuar iluminándonos y vamos a seguir el camino que tan ejemplarmente abrió él en su vida; y entonces ya no entendemos nada.
Entonces, puestos nosotros normalmente en situaciones de este tipo, tenemos experiencia como de sueño, y salimos de esas situaciones como si saliésemos de un sueño. Los registros que se experimentan en tales situaciones son registros enrarecidos, totalmente enrarecidos.
La muerte es una cosa grave, según parece. De hecho se dice que la vida de uno se configura en el último momento; se dice que la vida de una persona puede juzgarse recién cuando se muere, antes no, parece que hubiera estado de paso, parece que el interés está puesto cuando se cierra la operación.
Suceden cosas muy extrañas con esto de la muerte, pero en todo caso no suceden cosas muy vigílicas.
Y cuando surgen las ideologías en general, que hablan de la muerte, y empiezan las superestructuras en torno a la muerte, nosotros siempre tenemos la impresión, el registro interno, de que aunque sean ideologías, están fuertemente tomadas por climas que no corresponden a una ideología precisa.
Y entonces qué pasa con nosotros y la muerte. En realidad no pasa gran cosa, pero deberíamos atender a algunos registros.
Nuestro amigo, en esta explicación previa que nos dio, nos habló justamente del asunto de la muerte; son coincidencias. Y nos dijo que tenía fuertes registros en torno a él que se veía muerto, fuertes registros en torno a otra persona que veía muerta. Fuertes registros, cómo, ¿fuertes registros físicos?. Cuando uno teme morirse tiene registros, ¿qué registros tiene, metafísicos?. No tiene registros metafísicos, tiene registros bien físicos. Algo pasa con la muerte, que provoca en uno registros físicos.
Ustedes habrán tenido la oportunidad de ver alguna persona que entra en una morgue, por ejemplo, y al entrar a esa morgue y ver algunos restos no se pone a hacer consideraciones ideológicas, sino que, por ejemplo, se desmaya. Otros no se desmayan pero cuentan que tienen mareos, como si perdieran un poco la sensación de “piso”, de estar apoyados. De manera que esto es bastante físico.
¿Han visto ustedes algunos animales y han visto el comportamiento de esos animales con sus semejantes ?; ¿no han visto por ejemplo, el resto de un gato y otro gato vivo al lado, llorando durante toda la noche y lanzando sus vibraciones como si lo estuviera “velando”, diríamos en Latinoamérica? ¿Han visto la preocupación de algunos animales por los restos de otro? ¿Han visto como se espantan a veces en el campo, como se asustan los caballos cuando encuentran a otro animal muerto?
Parece que esta visión del problema moviliza fuertes registros instintivos. Y esta movilización de fuertes registros instintivos no es una actividad muy vigílica que digamos. Parece importante estudiar el problema de la muerte desde el punto de vista de los registros, dejando las superestructuras para otra ocasión.
Cuando uno se imagina muerto, puede hacerlo viendo, por ejemplo, su propia figura. Ahí está uno muerto, ahí están los restos de uno; bueno, ahí está uno quieto. Si ahí está uno quieto, entonces no tiene por qué preocuparse mucho de lo que pasa alrededor. Sin embargo hay personas que se siguen preocupando por lo que pasa alrededor, están vivas y se piensan muertas.
Piensan por ejemplo, que ciertos tipos de entierro o de incineración son más adecuados que otros. Están preocupados, por ejemplo, en que van a ser incinerados y eso, dicen, es más higiénico que ser enterrados. Pero, ¿y que preocupación hay con esto de que sea más higiénico o no, si uno no está presente para ver estas operaciones? Dicen entonces (pensando un poco), bueno, no, es por los familiares, para que los familiares no anden con estas cuestiones.
Hay algunos muy preocupados por su aspecto; cuando se piensan muertos, tratan de ver que la cosa quede más o menos decorada. Claro, no por ellos tampoco, sino por la imagen que van a dar. Gente muy preocupada de su propio yo y de su propia exteriorización, Muy bien.
Uno piensa a veces que cuando uno se muera se van a quedar muy preocupados los otros. Desde luego que el registro del sufrimiento de otras personas, provoca en uno registro. Si uno ve una persona sufrir, este sufrimiento que ve en otra persona provoca en uno también, el registro de sufrimiento. Esto es razonable, esto es comprensible. Y es comprensible también que cuando uno se imagina muerto, surjan imágenes de dolor y sufrimiento en las otras personas, y al representarse tal imagen entonces, uno experimenta el sufrimiento por lo que pasa en los otros; también es razonable.
Pero ya no es tan razonable que uno experimente sufrimiento por el hecho de verse muerto. Si a uno le preguntan qué pasa cuando uno muere, va a decir, bueno que uno no siente nada. Y si uno no siente nada, entonces para qué preocuparse. Sí, claro, pero queda una sensación rara de todas maneras...
Es que no se cree mucho en esto de que no se siente nada. He ahí uno de los problemas. ¿Han tratado ustedes de imaginarse a ustedes mismos, no ya muertos sino en cualquier situación, de imaginarse a ustedes mismos sin sentir nada? Hay dificultades en la representación. Uno se imagina a sí mismo en un lugar haciendo cosas sintiendo algo, y uno no se imagina a sí mismo sin sentir nada.
Este hecho sicológico del registro de uno mismo es el que opone una seria dificultad a esta cuestión de imaginarse muerto, e imaginarse sin sentir nada. De manera que hay una cierta dificultad de configuración sicológica en esto de no sentir nada, y esto da registros extraños que no se comprenden bien. ...Y entonces uno esta muerto, no siente nada, pero resulta que algo siente uno, y uno está preocupado al verse ahí muerto sin sentir nada. Se enrarece el clima, hay dificultades en el registro.
Nosotros no aseguramos que los muertos registren o no registren, ése no es el problema. El problema está en lo que le pasa a uno con esto que cree registrar en la muerte.
Hay algunos que explican así: si a uno le duele enormemente un dedo, cuando pasa algo, si uno tiene serios problemas cuando puede perder algo, esto de morirse debe ser grave, porque este asunto puede ser amplificado. Hay quienes tienen temor a la muerte, pero por el horror al dolor; razonable, muy razonable; ¿cómo le va a gustar a uno sufrir de ese modo al morirse? Eso es razonable.
Pero parece que el hincapié no estuviera puesto en esto de sufrir mucho al morirse, parece que hincapié estuviera puesto en la muerte misma o después de la muerte (no hablamos de la trascendencia, hablamos de ese “después” que no se sabe registrar bien), ¿y qué es ese después? Algunos niños respondieron, “claro, a uno lo entierran”. Esto no es agradable. ¿Les parece agradable que los entierren?.
Imaginen un poco, ustedes están adentro de una caja. Un montón de personas hacen un pozo, por ejemplo, o bien en el cemento, ahí hay un lugar. Y ahí además de meterlos en una caja, los meten en el piso o los meten en el cemento y les echan tierra encima, o les meten cemento como para que no salgan. Por supuesto esto responde a otras necesidades de higiene social, pero la imagen es un poco ésta. Además de meterlos en una caja, les meten tierra encima.
Imagínense ustedes adentro de esa caja y además con tierra encima, ustedes no ven la tierra, ustedes no ven la caja, ustedes no ven absolutamente nada. Pero ¿qué tal la sensación que provoca semejante representación?. La sensación es un poco asfixiante. Imagínense ahora en la caja bajo tierra pero boca abajo, ¿pueden?, se enrarece la situación. Imagínense, por ejemplo, ustedes en la caja, los familiares vienen, los ven, pero ustedes en vez de estar expuestos, como se suele hacer, están boca abajo. La situación tiene algo de ridículo. Imagínense ustedes ahora enterrados, o sea metidos bajo tierra pero cabeza abajo, es decir, con los pies para arriba; la sensación que experimentan es diferente. Imagínense ustedes ahora en ese cajón enterrados pero cabeza arriba y con los pies abajo; la sensación que experimentan es diferente.
De manera, que según ustedes tengan grabada un tipo de operación sobre sus restos, van también, según lo coloquen de distinto modo en el espacio de representación, a experimentar sensaciones diferentes.
El tratamiento de los propios restos es cosa de cuidado y la imagen que se tiene en torno al tratamiento de estos restos provoca, sin duda, registros diferentes, registros muy diferentes. Miren cuando una persona se queda encerrada en un ascensor, ni sube ni baja, ni puede salir, ni hay quien lo escuche a uno, siente una asfixia extraordinaria, no tanto por lo que vaya a pasar (seguramente a los dos minutos eso se arregla) sino por la imaginación, por las imágenes que atropelladamente comienzan a pasar, en donde los espacios parecen reducirse, el aire parece faltar, la desesperación cunde, Es este registro asfixiante que seguramente tienen más fuertemente aquellos con dificultades respiratorias, es ese registro fuertemente asfixiante el que lo compromete a uno cuando imagina sus restos ubicados bajo tierra.
Hay un problema con la respiración, sin ninguna duda. Y tal es el problema con la respiración que así se ha definido, precisamente, al problema de la muerte, como decíamos antes: “exhaló su último suspiro”, se quedó sin respirar, quedó exánime, quedo sin alma.
De esto de quedarse sin respirar tenemos registros bastantes graves, al sumergirnos en el agua y faltarnos el aire, al quedarnos bajo una almohada y faltarnos el aire, adentro de un ascensor y faltarnos el aire. Este registro lo tenemos de algún modo, claro que lo tenemos. Y acá parece que la cosa se complica.
Pero hay otro tipo de registros, el registro de la continuación de tal proceso. Ahora resulta que lo entierran a este señor; pasa un día sin aire; pasan varios día sin aire y además comienza ahí a haber un conjunto de operaciones, un conjunto de operaciones que uno no quiere imaginar (pero que imagina), el conjunto de operaciones propias de la vitalidad difusa. Allí algo se está moviendo. El sujeto está muerto pero algo se está moviendo ahí, está trabajando, y ese cuerpo se está descomponiendo. ¿A qué persona razonable le va a gustar que su cuerpo se descomponga?, esto no puede ser agradable, de ninguna manera, y no puede ser agradable tampoco que a esa persona la entierren y le falte el aire, y no puede ser agradable de ninguna manera el tratamiento que le dan a semejante cuerpo.
Imagínense una cosa exagerada, por ejemplo, consideren que en la sociedad en que vivimos se tratara a los cuerpos de los que mueren, del siguiente modo: “Una persona muere y entonces inmediatamente le abren la boca, le meten un embudo y le echan...”, si ustedes empiezan a imaginar este tipo de cosas, van a ver que con respecto a la muerte van a tener mayores problemas. Si empiezan a darle de palos al que muere o empiezan a tratarlos desconsideradamente al cuerpo del que en vida fuera tal persona; si empiezan a tratarlos de ese modo, a ustedes le va a gustar todavía mucho menos morirse y sin embargo nada tienen que ver con esos registros, porque no sienten tales registros...
Pero es que la imagen que trabaja, y este imaginarse de todos modos a ustedes mismos como sintiendo, esta ilusión de la imaginación, les trae inagotables dolores e inagotables sufrimientos. Pero desde luego no es que por el hecho de la muerte en sí, sino por las dificultades sicológicas que hay en la representación, y por los registros que se cree tener de lo que sucede a ese cuerpo.
Esto ha dado lugar a innumerables formas de tratar a los restos. Hay un inventario extraordinario en torno al tratamiento que se da a los cuerpos de los que mueren.
Mucho menos debe gustar todavía, morir, a las gentes de ciertas culturas en donde para morir, cuando llegan a cierta edad, tienen que alejarse de sus tribus y quedarse quietas a disposición de un oso, por ejemplo, para que el oso acabe con su vida. Se darán cuenta ustedes que imaginar tal situación, para los que viven en esa cultura, es bastante más grave que para otros que, de todos modos, tienen alguna consideración con los restos. Porque además está asociado, ese registro de quedarse sin aire y todo aquello y de lo asfixiante, a una situación efectivamente dolorosa y de lo más trágica. Así que el registro se amplifica según lo que va a pasar en tales momentos.
Hay gentes que queman a los cuerpos; hay gentes que entierran a los cuerpos; hay gentes, como algunos tibetanos, que una vez muerto el sujeto, hay un encargado ahí que se lleva el cuerpo, lo pone en una roca y empieza a separar víscera por víscera, pedazo por pedazo y a distribuirlos a las aves que se van quedando con esos pedazos de resto. Cuando la osamenta está debidamente preparada la machaca íntegramente y una vez machacada, reducida a polvo, entonces dispersa este polvo por el viento. Si uno se imagina semejante tratamiento con su cuerpo, tiene problemas.
Algunos que registraron esos problemas se preocuparon bastante por cuidar su cuerpo. Se preocuparon por los perfumes, los óleos, los embalsamamientos, la pervivencia del propio cuerpo.
Otros, de acuerdo a las condiciones que presenta el lugar en que viven, colocan a esos cuerpos en las alturas, en un árbol, envuelto, a fin de que se descomponga, pero de todos modos esté protegido de la acción de animales terrestres. Otros pueblos colocaron a los cuerpos en casas de silencio, es decir, en unas construcciones que había; se colocaba ahí a los cuerpos para que se realizara ese proceso de descomposición, pero también para que no fueran tocados por los animales. Esto de que hubo castigos en algunas épocas que consistían no solo en liquidar al culpable, sino además en distribuir su cuerpo a los perros, esto, es el colmo de las ofensas, y esto es el peor de los tratamientos que se puede hacer con los restos.
Y claro, según las culturas también y según el medio en que habitaban esas culturas se optó, no por colocar a las gentes en rocas porque no había muchas rocas; no por colocar a las gentes en árboles porque no había muchos árboles. Se hizo como se podía, y ¿qué se podía hacer?, pues enterrar a la gente y de todos modos ponerla a protección de esos animales que de algún modo es una situación infamante, ésta de los animales y el propio cuerpo y demás. Y además para protección, porque de algún modo se vio que esto de dejar expuestos a los cuerpos, provocaba problemas a los vivos, incluso desde el punto de vista de la higiene social.
Y entonces estas culturas trataron así a los cuerpos, enterrándolos, no tenían otro modo. Y otros que eran más pródigos en vegetación y demás, prefirieron quemar los cuerpos.
Pero vean que pasa cuando ahora ustedes imaginan a un ser querido muerto. Ahí está el ser querido, ustedes están asistiendo al funeral, luego retiran al cuerpo, ustedes se quedan ahí, pero ya no está presente ese ser querido. ¿Dónde imaginan ustedes al ser querido?; a veces lo imaginan como si estuviera presente; una imagen fugaz. Pero ¿adónde lo imaginan en ese momento sufriente, cuando ustedes están mal por la muerte de ese familiar?; Lo imaginan en el lugar físico donde esta emplazado.
Si el cementerio por ejemplo estuviera atrás, lo imaginarían atrás del espacio de representación. Si el cementerio estuviera adelante, lo imaginarían adelante; ¿dónde está el cuerpo del familiar de ustedes?, está en el espacio de representación que corresponde a la ubicación que tienen ustedes con respecto al lugar donde se deposita el cuerpo, ¿sí?. Ustedes ubican en el espacio el cuerpo de ese familiar, ¿cómo lo ubican?, lo ubican a lo mejor en una tumba; y ¿qué más?, y, lo ubican de noche, normalmente lo ubican de noche: Si lo ubican de día está más acompañado, les parece a ustedes, si lo ubican de noche está solo. Esto de que el cuerpo del familiar de ustedes esté solo, y ustedes aquí vivos rodeados de personas y en las cosas que hay que hacer, esto de dejar solo al cuerpo de ese familiar, también les genera problemas, también les genera sufrimiento, es inevitable.
Pero este registro lo tienen. Allá está, ubicado espacialmente en un lugar con su asfixia, sus historias y su proceso de vitalidad difusa, y acá están ustedes haciendo cosas y tratando de recomponer la situación que de algún modo se ha quebrado, ¿no es cierto?. Lo ubican en el espacio, lo ubican en situación y lo ubican con registros que corresponden en realidad a las actividades vitales, y de ningún modo lo ubican como debería ser la cosa; como nada que ver con aquello.
Ni hablar de esas cosas afectivas y muy simpáticas, por otra parte, de que de vez en cuando se hace alguna visita al lugar, que es una especia de demostración de afecto un tanto alegórica, pero que, aparte de alegórica tiene sus fuertes contenidos alegorizantes y los climas que le corresponden. A veces también se hacen algunas oraciones o algunos actos internos, pero que se refieren al cuerpo de ese familiar que está ubicado en un lugar del espacio preciso.
A veces, si son más dramáticos, imaginan a ese cuerpo en esa tumba, en esa oscuridad de la noche; si son más dramáticos imaginan el silbido del viento entre los árboles especiales que tienen los cementerios, y si son más dramáticos pueden imaginar unas cuantas cosas más. Que eso le pase a un familiar, vaya y pase; que esto les pase a ustedes, les complica.
La experiencia de la muerte en los demás, es evidentemente shockeante. Y como por razones estadísticas se van viendo que se van muriendo unos y otros y no va quedando nadie, tarde o temprano será que uno tendrá que entrar en esa estadística. La inevitabilidad de la muerte crea problema. De manera que nos preocupa bastante el tema de la muerte y tratamos de saber bien de qué se trata, pero hasta cierto punto. Lo demás lo hace la imaginación por nosotros.
El temor a la muerte, el registro físico de temor a la muerte es producto exclusivo de la imaginación. Es una elaboración absolutamente ilusoria de lo que allí ocurre.
No puede haber liberación de tal registro de la muerte si no se capta, si no se comprende, y de algún modo, no se trabaja, esta ilusión que existe con respecto de la muerte. Es decir, la gente registra esta ilusión, hace su elaboración, tiene su registro corporal; de ninguna manera la gente considera al hecho de muerte como ilusorio. La gente, desde luego cree en la muerte, pero no cree solo en el sentido físico de la muerte sino que cree en la muerte con los registros que aparentemente acompañan al muerto; y eso es ilusorio...
De tal manera que nosotros, puestos en esa situación o puestos a pensar en tales cosas, deberíamos comprender bastante bien el hecho ilusorio de la muerte, en cuanto a registros que se creen tener de tal fenómeno cuando tal cosa acontece.
La imaginación sobre la muerte, este imaginar la propia muerte como registro de actividades, este imaginar la propia muerte como algo “positivo” (no como algo no-existente), es fuente de innumerables sufrimientos, y es un fenómeno que va pesando cada vez más a medida que el sujeto va procesando en edad; a medida que el sujeto va procesando en edad; a medida que el sujeto va envejeciendo, este registro ilusorio de la muerte se convierte cada vez más en una fuente inagotable de sufrimiento.
La gente joven no tiene mayor problema con esto, cree que va a durar mucho tiempo. La gente que empieza a dudar acerca de su duración, empieza a crearse serios problemas. Se darán cuenta que tal fuente de sufrimiento es también un factor de inhibición muy serio. Nadie piensa que cuando se muere, por ejemplo, se relaja magníficamente y suelta todo tipo de tensión. Al contrario, uno se imagina contraído (es cierto que existen fenómenos conocidos como “rigor mortis”, es decir que los cuerpos se endurecen), pero bueno, en el lecho de la muerte no se imaginan como soltándose sino más bien como tensando. Esto de tensar, este registro de la propia tensión, esto de no querer soltar, esto se parece mucho al registro de la posesión en general.
Uno no quiere soltar ni una miga de pan, mucho menos va a querer soltar el propio cuerpo. Y claro, ¿cómo se lo imagina uno a esto?; como una lucha con la muerte, como un sistema de tensiones en juego.
Acá también existe otra trampa de la mente. Cosas que pudieran ser placenteras, en ocasiones están teñidas de contenidos terribles. Hemos contado, en alguna ocasión, un caso que es revelador de muchos casos.
El caso es este: Un joven muy maltratado desde su infancia, tiene asociado a los registros placenteros, registros de dolor. De tal modo que bastara que comiera un dulce, para inmediatamente le descargaran una paliza, por ejemplo. Bastaba que hiciera algo agradable, para que inmedia-tamente tuviera registros de dolor. Las cosas se fueron complicando con este joven, y claro, el registro que tenía del mundo era un registro doloroso, un registro de defensa, un registro de tensión muscular intensa.
Ese era el registro que tenía en general del mundo, pero además, este registro invadía situaciones placenteras, de tal modo que al experimentar un determinado placer, lo experimentaba con tensión también. Y llegó a situaciones tales en que, teniendo grandes tensiones y estando al borde del desequilibrio, pensó en descargar, por ejemplo, tensiones sexuales. Y cuando iba a descargar tales tensiones, experimentó, tuvo el registro, de que iba a morir. Por supuesto produjo gran contracción y salió de la situación, con lo cual aumentó el registro de la tensión interna.
El experimentaba la sensación que al distenderse iba a morirse. Es decir, él de algún modo, experimentaba imaginariamente que esto de la distensión placentera era para él no registro, y, no registro, igual muerte. Por consiguiente, registro únicamente lo doloroso; dejo de registrar la tensión, no registro; por lo tanto me muero. Y en sus fantasías y en sus elaboraciones estaba absolutamente ligado esto del sexo a la muerte.
Este caso lo conocemos y conocemos muchos casos más. Pero también conocemos verdaderos sistemas de ideación que se han impuesto, asociando esto de sexo a la muerte. Y también algunos sicólogos torcidos, han trabajado con esta asociación entre el placer y la muerte, cosa que, desde luego, no tiene nada que ver. Pero se ha especulado considerablemente con esto de soltarse, o experimentar el placer, en cualquier campo que fuera, es pecaminoso y por lo tanto acerca a uno a la muerte, y no lo acerca a la vida. De manera que para vivir, sobre todo para vivir en otro mundo, es necesario tensar y es necesario sufrir. Imagínense ustedes la situación que se genera, bastante contradictoria por cierto.
Este joven, que no adhería de todos modos a esas corrientes espirituales, de todos modos, aunque era ateo, experimentaba ese fuerte registro de que la distensión placentera representaba muerte. Que para no morirse y para que no desapareciera su yo, y para no desintegrarse y para no quedarse sin registro, era necesario seguir contraído ante tales situaciones.
Tenía, desde luego, enormes dificultades para cualquier tipo de trabajo catártico. Ni hablar de un trabajo transferencial: sencillamente no podía soltarse. Y aún cuando supiera que sus problemas eran problemas de tensión, y aún cuando supiera que sus mecanismos de defensa eran los que estaban oprimiéndolo (que a lo mejor fueron sumamente adecuados en el momento en que le propinaban tales castigos), esos mecanismos que fueron muy adecuados en ese momento, porque fue lo mejor que pudo hacer: defenderse y tensar, esos registros continuaron en su biografía.
Y entonces ahora, cualquier situación, sea dolorosa o placentera, de todos modos se registra con tensión, lo cual trae dolor. De algún modo provocar esa distensión es perder el yo, perder la identidad, perder la integridad. De manera que el único registro que se tiene de la propia vida es un registro doloroso. Y esto de soltar el registro doloroso, se experimenta ahora contradictoriamente como otro tipo de sufrimiento, el sufrimiento de la pérdida de la integración, de la pérdida del yo.
Que se sufra por estar tenso, razonable; pero que se sufra por distender, porque se va a perder el yo, es un poco enrarecido. Nuestro amigo sufre porque tensa, y sufre porque si distiende va a perder el yo. En todos los casos sufre. En todos los casos hay posesión.
Y esto de la muerte, que a veces está identificada al placer o a veces está identificada al sufrimiento, con esto mismo de la muerte está siempre presente el registro del dolor; hay también dificultades de representación de uno mismo como no registrando, pero básicamente y en la raíz de todo aquello, está funcionando el mecanismo de tensión al cual plásticamente graficamos diciendo: posesión.*
Silo. Canarias 1976
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