Veamos las dificultades.
“Trata a los demás como quieres que te traten”. En esa relación de conducta, hay dos téminos: el trato que uno requiere de los demás y el trato que uno está dispuesto a dar a los demás.
A. El trato que uno requiere de los demás.
La aspiración común se dirige a recibir un trato sin violencia y a reclamar ayuda para mejorar la propia existencia. Esto es válido aún entre los más grandes violentos y explotadores que reclaman colaboración de otros para el sostenimiento de un orden social injusto. El trato requerido es independiente del que se está dispuesto a dar a los demás.
B. El trato que uno está dispuesto a dar a los demás.
Se suele tratar a los demás utilitariamente como se hace con diversos objetos, con las plantas y con los animales. No hablamos del extremo del trato cruel porque, después de todo, no se destruye a los objetos que se desea utilizar. En todo caso, se tiende a cuidar de ellos siempre que su conservación gratifique o rinda alguna utilidad presente o futura. Sin embargo, hay algunos “otros” un tanto perturbadores: son los llamados “seres queridos”, en los que su sufrimiento y su alegría nos produce fuertes conmociones. En ellos se reconoce algo de uno y se los tiende a tratar del modo en que se quisiera ser tratado. Hay pués un salto entre los seres queridos y aquellos otros en los que uno no se reconoce.
C. Las excepciones.
Con referencia a los “seres queridos”, se tiende a darles un trato de ayuda y cooperación. También sucede con aquellas personas extrañas en la que se reconoce algo de uno, porque la situación en que el otro se encuentra hace recordar la propia situación, o porque se calcula una situación futura en la que el otro se podría convertir en factor de ayuda para uno. En todos estos casos se trata de situaciones puntuales que no igualan a todos los “seres queridos” y que no se extienden a todos los extraños.
D. Las simples palabras no fundamentan nada.
Uno desea recibir ayuda, pero ¿por qué habría de darla a otros? Palabras como “solidaridad” o “justicia” no son suficientes; se dicen con un trasfondo de falsedad, se dicen sin convicción. Son palabras “tácticas” que se suelen utilizar para promover la colaboración de otros, pero sin darla a otros. Esto puede llevarse más allá todavía, hacia otras palabras tácticas como “amor”, “bondad”, etc. ¿Por qué se habría de amar a alguien que no es un ser querido? Es contradictoria la frase: “amo al que no amo”, y es redundante decir: “amo al que amo”. Por otra parte, los sentimientos que aparentan representar esas palabras, se modifican continuamente y puedo comprobar que amo más o amo menos al mismo ser querido. Por último, las capas de ese amor son diversas y complejas; ésto aparece claramente en frases como: “Amo a X, pero no lo soporto cuando no hace lo que quiero”.
E. La aplicación de la Regla de Oro desde otras posiciones.
Si se dice: “Ama a tu prójimo como a tí mismo por amor a Dios”, se presentan por lo menos dos dificultades. 1.- Debemos suponer que se puede amar a Dios y admitir que ese “amor” es humano, entonces la palabra no es adecuada; o bien amamos a Dios con un amor que no es humano en cuyo caso la palabra tampoco es adecuada y 2.- No se ama al prójimo sino indirectamente, por medio del amor a Dios. Doble problema: desde una palabra que no representa bien la relación con Dios, debemos traducirla a los sentimientos humanos. Desde otras posiciones, se dicen cosas como éstas: “Se lucha por solidaridad de clase”, “se lucha por solidaridad con el ser humano”, “se lucha contra la injusticia para liberar al ser humano”. Aquí seguimos con la falta de fundamento: ¿por qué habría de luchar por solidaridad o para liberar a otros? Si la solidaridad es una necesidad, no es una cuestión que pueda elegir, en cuyo caso poco importa que lo haga o no lo haga ya que no depende de mi elección; si en cambio es una elección, ¿por qué habría de elegir esa opción?
Otros dicen cosas más extraordinarias, como por ejemplo: “en el amor al prójimo nos realizamos”, o bien: “el amor al prójimo sublima los instintos de muerte”. ¿Qué podríamos decir de ésto cuando la palabra “realizarse” no está clara si no se presenta el objetivo, cuando la palabra “instinto” y la palabra “sublimación” son metáforas de una Sicología mecanicista hoy ya, a todas luces, insuficiente? Y no faltan los más brutales que predican: “Usted no puede obrar fuera de la Justicia establecida que está hecha para que todos nos protejamos mutuamente”. En este caso, no se puede reclamar desde esa “Justicia” ninguna actitud moral que la sobrepase. En fin, quedan algunos que hablan de una Moral Natural zoológica, y aún otros que definiendo al ser humano como “animal racional” pretenden que la moral se derive del funcionamiento de la razón de dicho animal.
Para todos los casos anteriores, no cuadra bien la Regla de Oro. No podemos estar de acuerdo con ellos aún cuando nos digan que, con otras palabras, estamos hablando de lo mismo. Está claro que no estamos hablando de lo mismo. ¿Qué habrán sentido en los distintos pueblos y momentos históricos todos aquellos que hicieron de la Regla de Oro el principio moral por excelencia? Esta fórmula simple, de la que puede derivarse una moral completa, brota de la profundidad humana sencilla y sincera. A través de ella, nos develamos a nosotros mismos en los demás.
La Regla de Oro no impone una conducta, ofrece un ideal y un modelo a seguir al par que nos permite avanzar en el conocimiento de nuestra propia vida. Tampoco la Regla de Oro puede convertirse en un nuevo instrumento de la moralina hipócrita, útil para medir el comportamiento de los otros. Cuando una tabla “moral” sirve para controlar en lugar de ayudar, para oprimir en lugar de liberar, debe ser rota. Más allá de toda tabla moral, más allá de los valores de “bien” y “mal” se alza el ser humano y su destino, siempre inacabado y siempre creciente.
Mendoza 17/12/95
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