18 de noviembre de 2010

CONCIENCIA Y FUGA.

El tema nos ofrece dos cuestiones diferentes en principio, pero en realidad se trata de una sola cuestión, ya que la fuga es una situación especial de conciencia, así el tema puede enunciarse mejor: La conciencia en situación de fuga.

Sin embargo a fines de exposición, lo abarcaremos separadamente para luego llegar al punto antes mencionado.
CONCIENCIA.
Obviamente no estamos ante algo fácil de tratar, de todos modos lo intentamos.
Hay quienes se expresan sobre el tema diciendo: “La conciencia se la conoce sólo cuando se la tiene”. Y no es desacertado desde el punto de mira de la experiencia; en efecto, hay momentos de conciencia de la conciencia, que nos hacen comprender mejor a que nos referimos.
Hay otros que explican que la conciencia es especialmente conciencia-de. O sea, que no habría conciencia aislada, sino estructurada. Esto también es valedero desde el punto de vista de los objetos y actos de conciencia.
Más fácilmente esto de la conciencia se puede comprender mediante una experiencia cotidiana que suele pasar desapercibida; nos referimos al simple “darse cuenta”, al simple “caer en cuenta” de algo. Es en esa experiencia que comienza la conciencia. De aquello que no nos damos cuenta, de aquello que no nos enteramos siquiera, no somos concientes y es ignorado por nosotros, por lo tanto no es parte de nuestra realidad. Estos actos de “darse cuenta” se estructuran en grupos, en seguidillas, y así van conformando mayores momentos de conciencia, los que a su vez se hacen más superficiales o profundos, dándonos grados de conciencia.
Sin embargo no es especialmente “de lo que nos damos cuenta” lo que nos da la pauta del grado de conciencia, sino la reiteración del “darse cuenta”, del “caer en cuenta” y así mientras más veces caigamos en cuenta, más elementos serán advertidos; pero insistiendo, es en la capacidad de darse cuenta (en momentos y en profundidad) lo que nos dará la pauta de nuestra mayor conciencia.
Siguiendo con la exposición, puede decirse que en el acto del “darse cuenta” empieza la conciencia a ser tangible; luego que al aumentar la frecuencia y el tono, la conciencia se amplía en profundidad y en perspectiva. Con otros términos, hay una cantidad de actos de conciencia y hay una calidad de los mismos. A la primera se refiere la “frecuencia” y a la segunda se refiere al “tono”.
Este comienzo de explicación nos ha servido de aproximación al tema. Ahora surge una pregunta o varias a saber: ¿Cómo se da el acto de “darse cuenta”?; luego, ¿cómo es que uno se da cuenta?, y tercero, ¿desde dónde uno se da cuenta?
El acto de conciencia se da por entrecruzamiento de vivencias mentales. Estas vivencias son temporales, dinámicas, móviles y con duración. Así el recordar (una vivencia) se relaciona -en un momento- con el futurizar (otra vivencia) y luego en el presente, el acto de “darse cuenta”. O sea, que si sólo hubiera una dirección -o futura o pretérita- no habría presente y no surgiría la conciencia en ese momento. Bajo esta perspectiva, es claro que la conciencia no es estática, sino esencialmente dinámica, temporal, y por ende histórica.
Luego la conciencia se explica con relación a sí misma y no en relación a objetos (temas, elementos, datos, etc...) Como prueba de ello puede verse que los objetos de conciencia varían por la capacidad de ella y no por la acción de los objetos. Veamos un ejemplo: alguien mira un árbol; luego desde la conciencia surge un acto para acoger a ese “objeto” (previamente barajado por los sentidos y organizado por la percepción). Así el árbol “es tomado en cuenta”, somos conciente de ese asunto. Si por lo contrario estamos distraídos y la conciencia futuriza y recuerda no se haría presente el árbol jamás. Ahora bien, hemos caído en cuenta del árbol, ahora cerramos los ojos e imaginamos el árbol (ya no necesitamos verlo con los ojos).
En ese momento el objeto de conciencia es el mismo árbol, pero... ¡imaginado! El objeto es ahora imaginario -basado en el dato físico de haberlo visto- y obviamente es de cualidad diferente. Pero lo que no ha cambiado es la presentación de actos de conciencia dirigidos a objetos (ora físicos, ora imaginarios), y aquí nos detenemos porque podemos seguir más aún en eso de convertir los objetos en otros de diferentes cualidad, porque lo que nosotros sabemos es que a pesar de que los objetos varían enormemente, los actos siempre aparecen permanentemente y tendidos hacia objetos (cualquiera sean); esta tendencia es también llamada intencionalidad de la conciencia y es el fundamento de quienes explican que la conciencia es básicamente “conciencia-de”.
Entendido ésto se presenta otra situación no menos interesante. Es la siguiente: de repente un acto de conciencia se transforma en objeto para otro acto; es decir, “me doy cuenta de que me doy cuenta”. Aquí en ese momento la conciencia ha caído en cuenta de ella misma, se ha hecho conciencia de sí. Pero en un momento, a medida que estos momentos se estructuran y aumentan, el hecho de que la conciencia caiga en cuenta de ella misma, de su existencia digamos, de que también existe para ella, le permite hacer una serie de variaciones antes imposibles. Cortando aquí, podemos comprender al “cómo uno se da cuenta”, por ese juego dinámico de actos y objetos que permiten juntarse en un momento dado, produciendo el hecho de advertir, del caer en cuenta.
Y a la pregunta ¿desde dónde?, la podemos responder con la misma mecánica descubierta: Uno “se da cuenta” desde otro acto mental. Ese otro acto, es temporalmente distinto, es como si dijéramos “uno se da cuenta desde otro momento de conciencia” y aquí el tiempo, la temporalidad dentro de la propia mente adquiere un muy importante aspecto.
Retomando aquello de la conciencia de sí, vemos que es una simpleza, que es el hecho de que la conciencia cae en cuenta de ella misma como otro objeto, es decir: “es objeto de sí misma”, aquí adquiere relieve el vocablo auto-conciencia. Es en este momento que la mencionada capacidad de conciencia puede comprenderse más adecuadamente.
Todo este rodeo nos ha permitido entender que la conciencia tiene capacidad de autonomía, no depende de los objetos, sino que puede ser objeto de sí misma. Pero siempre tendrá objetos, ya físicos, imaginarios o en general representaciones. Sin embargo este “siempre” señalado queda en suspenso para las llamadas “situaciones elevadas de conciencia”.
Ahora bien, la conciencia descubierta por sí misma, es tan tema de investigación como cualquier otro. Así aparecen dos “zonas” bien distintas: Lo que la conciencia es en sí misma, y todo aquello que es para la conciencia. Estas cuestiones se dan separadas, pero tienen que ver entre sí, y por ello se estructuran; así que “mundo” (lo que la conciencia no es) se estructura con la conciencia (lo que ella es en sí misma).
A pesar de que todo lo expuesto es una complicación, importa llegar a este punto en que la conciencia se estructura con el mundo, porque es en este precisísimo ángulo donde surgirá la fuga, desbaratando (o tratando al menos) la estructura descubierta. Así, la conciencia en situación de fuga es la intentona de romper la estructura mundo-conciencia. Y aquí, en la partida, se ahoga el intento: no se puede romper la estructura mundo-conciencia sin romper la conciencia. Porque si se rompe el mundo (aunque difícil) la conciencia continúa, y si se rompe la conciencia el mundo continúa (aunque no para esa conciencia, pero sí para otras).
Esto es grave porque la fuga llevará indiscutiblemente, indudablemente, a un proceso de destrucción, que en el caso del hombre consigo mismo será auto-destrucción, y en el caso de proyectarse, es destrucción del mundo, y siguiendo con esto llegaremos a algo aparentemente insólito: la fuga en principio es la base de la violencia.
FUGA.
Si lo antes dicho es aproximadamente correcto, la fuga actuará en el punto de relación de la conciencia con el mundo. Esto se podrá hacer a partir de la intencionalidad de la conciencia que es con lo que se conecta.
Así, la intencionalidad de la conciencia fugada adquiere una modalidad típica, característica de la fuga. Esta característica típica no es otra que la deformación tendenciosa de la estructura conciencia-mundo. Y es una deformación intencional; porque es la conciencia fugada quien lanza una intencionalidad de distorsión, y así se estructura todo un mundo en intención-de-fuga.
O sea, que uno no se fuga de algo en especial, sino directamente se fuga en general, se fuga totalmente. Es la estructura “yo y circunstancia” la que es objeto de fuga. Y como salta a la vista estamos en una situación imposible, en una situación que no va ni viene, en una situación en que el cazador ha caído en su propia trampa: la conciencia y el yo están atrapados. De allí, la sensación de un callejón sin salidas, que en otros términos se trata de la falta de futuro. No hay futuro para la conciencia del fugado, ¡pero hay!, es decir, la fuga quiere negar, quiere desentenderse, pero no puede porque siempre hay actos y objetos de conciencia. Y ¿cómo se produce la conciencia de sí en la fuga?, es pues la conciencia-de-la-fuga y por lo tanto no hay conciencia de sí, sino por el contrario olvido-de-sí, y a veces ni siquiera eso, hay en-conciencia-de-sí.
Seguimos reconociendo que el tema es complicado y que estamos aproximándonos como un equilibrista va por la cuerda, con peligro de caer a cada paso; es decir, con peligro de equivocarnos. Pero siguiendo, tendremos que ver qué elementos ligan a la conciencia fugada, impidiendo su objetivo de efectivo escape.
Los elementos que lo impiden son pues los mismos que participan de la estructura permanente conciencia-mundo. Expliquemos: a los actos de conciencia no se los puede abandonar así como así, ni tampoco a los datos que ingresan a la conciencia. Pero no es esta sutileza la que el fugado percibe ni mucho menos, sino otras de mayor “densidad”, como es el caso de las sensaciones provenientes del cuerpo. Es por ésto que el caballo de batalla es el cuerpo y la sensación.
Por medio de la sensación la conciencia puede obnubilarse, puede preocuparse de lo que siente, de lo que gusta, toca o mira, y se tratará de llenar de sensaciones para que la conciencia esté ocupada en ello, y así no tenga oportunidad de “caer en cuenta” de sí misma y por ello de la situación. O sea, el fugado trata de obstaculizar, de tapar la conciencia mediante el exceso de datos sensoriales, lo que como sabemos reditúa en ilusiones y alucinaciones. Aparecen así en la conciencia contenidos raros que se hacen simbólicos y de “realidad” excesivamente subjetiva. Son ahora los objetos -sensacionales- los que cobran vida propia y poseen a la conciencia. El sujeto se siente “mirado” por los objetos; éstos al ser físicos son utensilios que “cobran vida propia” y se dirigen al sujeto (que tendría que manejarlos) con un lenguaje, con una expresión subjetivísima parcializada y esencialmente deformadora, los que se dirigen al sujeto de un modo hostil, de modo impertinente.
Y qué hace el fugado frente a ese mundo utensilio que viene en avance hacia él, ¡hace algo, tiene que hacer algo!, que no es efectivo porque actúa sólo mentalmente, subjetivamente y no directamente de hecho, ya que ese meterse en el mundo es lo que el fugado niega. Con todo esto organiza gestos, acciones, actos, que son falsos, que no pueden con el avance del mundo utensilio. A ese acto sin base, hueco, impotente, se lo llama rito.
Será ahora el mundo en versión simbólica el que se estructurara con una conciencia obnubilada por el enrarecimiento de sus contenidos. Y así en el ejemplo del árbol anterior, no es solo un árbol cualquiera, sino que es “muy especial”, tiene “un no se qué”, que actúa, que “habla”, que trasmite; es decir, es un médium, de no se sabe qué pero “algo hace”, “algo pasa”, exclama el fugado en total incomprensión e ignorancia.
Por todo esto que explicamos, por los símbolos mentales y los objetos “cargados” es que se habla de la conciencia mágica. Es mágica porque actúa -trata- sobre el mundo-conciencia y esto que es estructura, se aparece como síntesis, resultando así que todo es mágico. Todo está teñido de “un no se qué inexplicable”, de “algo impreciso de entender”.
Retomando lo del cuerpo, será éste el que impedirá al fugado hacer un efectivo escape y también será el que reciba los azotes del fugado, terminando en modo sutil o grosero, maltratado, debilitado o enfermizo.
Si el cuerpo es el afectado, la función que será activa en ese caso es la emoción, ya que es a partir de ésta que se puede sintetizar. Será la emoción la función apropiada para canalizar las energías en reversión de la fuga. Así la conciencia se “emociona” (en vez de relacionarse por ejemplo...) y surge la conocida “conciencia emocionada”. No puede distinguir la conciencia. Actos y objetos están fusionados en una misma identificación. O sea que a la fuga se le suma la identificación y en vez de aliviarse de pesos, la conciencia baja y baja a situaciones cada vez más imposibles.
De entre todos los sentimientos que puede experimentar la emoción será el miedo el más frecuente en la situación que explicamos. Y es por esa identificación, por esa síntesis, que todo se aparece como miedoso. El fugado teme y teme por su debilidad, por su cegazón.
Resumiendo: la conciencia no distingue actos de objetos; se produce la identificación y más se aumenta la distorsión por la presencia de las sensaciones; éstas se agrandan obnubilando la conciencia (así, por ejemplo, un rojo es tan inmenso que impide “ver” que sólo se trata de un punto rojizo en el horizonte).
Es el cuerpo el que inevitablemente unirá al yo con el mundo y por ésto sufrirá; es por ello que el fugado no mete el cuerpo en el mundo, sino que lo saca, huye; es decir, saca el cuerpo del mundo. Estos solo puede hacerlo a medias y mucho menos, desconectar el cuerpo de la conciencia. Por eso es que se enfermará, como un intento larvado o evidente de tratarlo de destruir.
Puede verse así (lícito a forma de descripción) o simplemente como concomitancia generalizada. Sacar el cuerpo implica no querer actuar en él efectivamente, no querer comprender científicamente, ni actuar técnicamente.
Como es obvio, esto tendrá una conducta como resultante, y tendrá efectos sobre el trato con los demás. ¡Empieza entonces el aislamiento! La huida del mundo utensilio se hace ahora huida del mundo humano. Y ésto es muy significativo, porque en soledad no hay comunicación, es decir no hay intersubjetividad. Más claro, si yo me doy cuenta de mi situación, otro, alguien, puede hacérmelo advertir. Y por supuesto, no será permitido por el fugado que básica, fundamentalmente, no quiere darse cuenta de nada. Por ésto se aísla, por ésto trata de separar a la conciencia del mundo al aumentar las sensaciones. Aquí será la droga el elemento idóneo. La droga aumenta esa “sensibilidad”, ese sensacionalismo exagerado, que es desconexión del mundo. La conducta es definitivamente ritual para degradar el mundo que avanza; y se siente como miedo, como temor, como impotencia de imponerse.
La fuga es un alejarse-de-sí y del mundo. Por ésto los proyectos más imposibles son dos: auto-conciencia y compromiso con el mundo y los demás. Por ésto, los olvidos, las resignaciones, justificaciones, la inconstancia más la infidelidad, será el repertorio frecuente del fugado que vive de accidente en accidente, de desvío en desvío, es decir, de nulidad en nulidad.
Pero no termina aquí el caso. El fugado en esa grave situación está encarcelado. ¿Cómo es posible?, es posible para este especial fugitivo que lleva a la cárcel consigo. Porque él no se fuga de algo como dijimos, sino que se fuga en general, constantemente, se fuga de todo. Diferente al fugitivo real, que al huir, la cárcel queda atrás y la libertad adelante.
El fugado encarcelado (vaya paradoja) ahora empieza a esperar, ya ha perdido toda capacidad de hacer, porque “todo le sale mal”, y está demasiado cansado de intentar nuevos embates. Entonces esperará, expectará a “algo” o a “alguien” que lo salve, que lo libre de esa situación que el no quiere abandonar.
En esta expectativa, en este esperar y no hacer, se basa la creencia mágica de que “algo inesperado y maravilloso me sacará de aquí”. Pero el desesperado sigue en situación deshonesta e impondrá “condiciones” para aceptar ser salvado, y el círculo vuelve a cerrarse otra vez. Ahora no sólo está fugado, sino que su dependencia emotiva va en aumento y se hará dependencia directa, cuando el fugado proyecte en algo o en alguien su posibilidad de salvación.
Así, ese algo o alguien es cargado con valores increíbles que son precisamente los que le faltan al fugado. El fugado verá “semidioses” en los hombres capaces y quizás “dioses” en los hombre libres. Estos a su vez le dan miedo, porque denotan lo que el fugado no-es, y por reflejo descubre lo que no-es, y lo que quiere-ser. Pero no podrá romper esa expectativa, esa ilusión...
LA EXPECTATIVA Y LA INERCIA.
Son las bases de la conciencia mágica. Porque él cree que algo o alguien lo salvará (y por eso espera), por lo que no debe hacer nada sino esperar (así se queda en la inercia de todo lo que suceda).
Por todo ésto no es difícil ver al fugado quieto, inmóvil, encorvado y huidizo. La expectativa lo hace depender cada vez más y la inercia, la falta de reflejos, le hacen postergarse cada día, cada instante en conciencia fugada.
Todo lo explicado, se presentará diversamente en cada quien y con diversos grados, muy amplios o mínimos en los que la fuga y lo mágico aparecen como exceso o residuo. Pero en todos los casos los elementos que intervienen, los descriptos, aparecen con mayor o menor intensidad.
Así, el miedo será el sentimiento básico; el rito (la acción falsa) será el intento de degradar a lo miedoso. Luego, la expectación por salir de la situación, será la causante del aumento de dependencia, de ese algo o alguien “salvador” que será un fetiche “cargado” con los poderes que le faltan al fugado, ese esperar por la ayuda lo postergará de muchas maneras diferentes, con un ir y venir de accidente en accidente, de nulidad en nulidad.
Llegamos así con alguna certeza a la concepción de la conciencia en situación de fuga.
La conciencia en situación de fuga.
No vale la pena ya explayarse demasiado. El fugado se olvida de sí mismo, por lo tanto no reconoce lo que sucede. Así se encadena cada vez más. Eslabón tras eslabón irá sumando a su cadena gritando por fin su propia no-libertad. En otras palabras, la fuga es el camino de la no liberación (porque aumenta en dependencia de todo aquello que se fuga).
Será pues el acto de re-conocimiento, de aceptarse tal cual es frente a sus propios ojos y ante los demás; el único acto que podrá sacarlo de su cárcel singular. Esto es, algo completamente opuesto a lo que el fugado espera. Recordemos que él espera algo externo, de los demás, del ambiente, ¡pero menos de sí mismo! Así que quien quiere ayudar al fugado, tendrá como única preocupación ayudarle a caer en cuenta de sí mismo, a que se re-conozca, porque se des-conoce (esto de conocer, es algo que el fugado no podrá lograr jamás), porque el conocer y ser conciente, son concomitancias inseparables. Y mucho (menos) más el autoconocer y la autoconciencia.
Más específicamente decir no-liberación, caer en las zonas bajas de conciencia, es decir, caer en el ensueño, en el hipersueño. Aquí, la autocrítica se va haciendo nula, la perdida de perspectiva máxima, la noción del yo y el aislamiento, tiende a hacerse inmenso.
Decir que se afianza el ensueño, implica también que las energías regresarán a los centros inferiores y se quedará en el sistema somático, fijándose y por ende desbordando.
Por ésto es que la base orgánica se dañará por tensiones energéticas mal invertidas (hablamos de energía síquica). Aquí el fugado fijará su ámbito, de repente comenzará a bostezar y se nos quedará durmiendo. Pero no será suficiente dormir o bostezar, llorar o gritar, o usar cualquier otro rito cuando la hostilidad del mundo-conciencia se hace insoportable; vendrá pues el desmayo: “Pérdida de conciencia”. Cuando ésto no resulte vendrá la búsqueda de la muerte (negación última de la realidad mundo-conciencia); esta búsqueda se hará por accidente o por suicidio.
Resumiendo, la situación de la conciencia en fuga es un camino descendente donde la obnubilación y el olvido de sí son las constantes.
La conducta ritual, la espera y la inercia en la dependencia emotiva, sus concomitancias. Y finalmente, la no-libertad será inevitablemente su resultado.
La fuga implica la conciencia mágica y emocionada, e implica también en la caída en el ensueño hacia el sueño profundo, que más tarde se hace locura o muerte, y cuando menos, estupidez.
Es así que el acto de reconocimiento-de-la-situación, es el comienzo de una elevación y de salida efectiva del caso descripto.
Ojalá quiera el fugado salir de allí, del pozo de su cegazón, porque entonces hay salida y hay solución; si no quiere, si no reconoce, bien poco podemos hacer nosotros y él.

Fuga social y cultural.
La versión social y cultural, no nos presentará un panorama más halagüeño que el descripto a nivel personal.
El bloque social realiza una fuga en masa e instala la situación de fuga en el ambiente, tiñendo así toda la actividad, todo mensaje, todo quehacer. No será difícil encontrar los signos de la fuga en una sociedad como la actual. Los fetiches (objetos recargados de significación) serán los últimos avances técnicos; los ritos serán los más antiguos y la conciencia mágica queda en la base de toda conducta.
Como pudimos ver, la fuga es una regresión de energía síquicas llevándonos a fases retrogradas. Así veremos como la actitud básica será de cerrazón, de cerrarse e incomunicarse.
La actitud abierta de amplitud hacia los demás y hacia todos, es antítesis para el fugado quien trata de enfrascarse en sus propios círculos viciosos, presentándose en sobrevivencia como oscura y sin salida; el caos, es su correlato social. Pero no queda aquí el caso, sino que la gente tenderá hacia la superstición, hacia la falsa religiosidad con su correspondiente ritualización irracional. La superchería en general hace acólitos y desde las cosas insignificantes hasta las más valiosas, son miradas y teñidas con ese tono supersticioso que no es prehistórico, sino actualizado y no necesariamente primitivo. No será ahora “un rayo del cielo”, ni extraños “tótems”, sino aparatos corrientes los ritualizados, hechos asiduos serán los ritos y los resultados los mismos. Como se distingue, la temática nos lleva muy lejos en sus posibilidades, pero la dejaremos en sus implicancias culturales.
No ha de suponerse que la situación de fuga impide al hombre crear y organizar un tipo de pensamiento coherente dentro de sus propios límites. Será ahora pues toda una valoración, una manera de elaborar, de interpretar todo lo presente, la que se impondrá a modo de valor cultural con sus correspondientes creencias. Estas darán una predicación a la conciencia normal, para realizar toda elaboración.
Surgen así corrientes artística y científicas encausando a los fugados en esas impresionantes corrientes desviatorias que sus estragos son evidentes de ponderar.
La fuga es la caída de la conciencia; su elaboración es básicamente degradadora de significado y así el “actor” o el “artista” o el “intelectual” son los mejores adalides para toda una masa que requiere de líderes, de ídolos en todos los órdenes. Tanto en lo político o religioso y en lo cultural generalizado, los líderes que se impondrán son quienes mejor sepan encausar la superstición del momento. El rito, el fetiche y el credo que se imponga, serán los que más óptimamente aglutinen a las corrientes desviatorias.
Detrás de toda expresión con auge en el mundo oficial, hay que encontrar la común situación de fuga, de allí puede colegirse que todo lo que tiene “éxito” no es otra cosa que un núcleo aglutinador de la fuga encadenante. Y no puede ser de otro modo, porque si así fuera, actuaría en contra de la fuga y a favor de la concientización de las gentes. ¿Y cómo se va a permitir que salgan al sol los trapos de todo un mundo y una sociedad encaminada en un escape sin control?, difícilmente a decir verdad. Por todo ésto y por todo lo que pueda seguirse agregando, es que todo amigo de la liberación tiene que usar el sentido crítico y autocrítico, desentrañando que hay más allá de todo lo que reluce y existe en nuestros días. Todo lo “tentador”, lo sensacionalista, es una entrada a la superstición con sus ritos y fetiches; es decir, que detrás está sin duda el vacío doloroso, la inconciencia, la nadidad. No deberemos creer demasiado en todo lo que nos llega; el fugado es también un crédulo exagerado que asimila los prestigios de moda, los valores huérfanos de toda veracidad.
Todo verdadero creador, no escatima en esfuerzos para deshacerse definitivamente del tono mágico que cobija todo lo presente y mucho menos ahorrará intentos en sacar de sí mismo la conciencia emocionada que puede quedar en los mejores casos como un residuo casi velado.
En la espera, en el olvido de sí, en todas las resistencias hacia una nueva visión, está la fuga presente. En la expectación excesiva, en el aferrarse a esquemas rígidos, en la mistificación, en la sobrevaloración de personas u objetos, ya sean utensilios o abstractos. En todo victoreo a una ideología; en todo apasionamiento irracional, está la fuga acicateando.
Allí donde la luz no penetra, donde la inteligencia se obnubila, y la dependencia emotiva sobrepasa, sigue estando presente la conciencia mágica. Aún cuando nuestras reflexiones aumenten, puede volver el ciclo de los oscurantismos y de los encerramientos.
Aún cuando las ilusiones se desvanezcan y el fracaso se presienta, el centro de gravedad puede seguir transferido y la expectativa hipnotizante puede sobrevenirnos nuevamente. Aún una tarea esforzada puede ser la pantalla de un escape subterráneo. Y finalmente, allí donde no se busca intencionadamente la conciencia de sí, allí en donde no se insiste en afirmarla y extenderla, continúa la obnubilación mental.
Los hombres viven y mueren dormidos y fugados de la realidad. Es la sentencia última para una existencia mundana y es la premisa primera para el encausamiento de la elevación de conciencia.

Tito de Casas.

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