Córdoba. Argentina.
de Javier Tolcachier
Relato-18-09-2010
A un lugar alejado en el sur de la provincia de Córdoba, en una tarde ventosa, fueron llevados los restos físicos de Mario Luis Rodríguez Cobos para su cremación.
Casi como un símbolo de su lucha constante contra el oscurantismo, ese cuerpo inanimado tuvo que recorrer aún unos cuantos cientos de kilómetros desde su ciudad natal, ya que en ella, las influencias eclesiásticas habían logrado que no existiera ningún crematorio.
Curioso era reflexionar cómo esa misma iglesia se había regodeado pocos siglos antes torturando y eliminando en el mismo fuego a seres humanos vivos, que habían querido mirar más allá de las imposiciones epocales.
Pero no era tiempo de rencores. Las mujeres y hombres que hasta allí llegamos, fuimos a acompañar ceremonialmente el vuelo libre del sabio y a acompañarnos para aumentar la paz en nuestro corazón y la luz en nuestro entendimiento. Allí estábamos, percibiendo el macizo cajón de oscura madera e imaginando que dentro del muy digno envoltorio, se encontraba otro envoltorio. Un soporte que había servido fielmente hasta hace pocas horas al Hombre que nos había enseñado a Tratar a los demás como queremos ser tratados.
Allí estábamos, y la dictadura de nuestros sentidos nos enfrentaba a la certeza del absurdo de la finitud del movimiento vivaz de quien nos había hecho mejores personas, de quién una y otra vez, con infinita paciencia nos había recomendado, orientado, sugerido, escuchado, corregido e impulsado hacia un mejor y Mayor Destino. La certeza de la cesación de aquella maravillosa e imponente Vivacidad hacía que ciertasalina humedad aflorara embargando nuestros pensamientos, pero nosotros que como Él habíamos jurado desafiar a la Muerte, nos
esforzábamos en escuchar y sentir la calmada voz de la oficiante.
“Este cuerpo no nos escucha. Este cuerpo no es quien nosotros recordamos….”
esforzábamos en escuchar y sentir la calmada voz de la oficiante.
“Este cuerpo no nos escucha. Este cuerpo no es quien nosotros recordamos….”
Entonces se hacía viva la Presencia de Aquél con quien nosotros manteníamos desde hace mucho una relación que trascendía la parquedad del plano físico. La alegría de poder relacionarnos con SILO en otro plano espaciotemporal ganaba la partida y lo sentíamos allí, entre nosotros, mostrándonos que en cualquier momento podía aparecer por una puerta lateral riéndose de la situación y haciéndonos ver, una vez más, cuan cierta es aquella sentencia acerca de que “Nada tiene sentido si todo termina con la muerte”.
Allí estábamos, inmersos en aquella extraña circunstancia que - aunque no quisiéramos - siempre supimos algún día llegaría. En el abrazo fraterno y en la mirada profunda a los ojos de los compañeros presentes, buscábamos transmitir y recibir cálidamente nuestra convicción de Inmortalidad. Aquella reconfortante frase del Camino “No Imagines que estás sólo en tu pueblo, en tu ciudad, en la Tierra y en los infinitos mundos” se expandía entre nosotros.
SILO había dedicado por completo su existencia corpórea a la Obra de Humanización de la Tierra que nos incluía y ciertamente trascendía. En esa Obra estaba puesta hasta la última gota de su humanidad, de su bondad, su fuerza y sabiduría. Y esa Obra estaba plenamente viva, una y otra vez avanzando por sobre todo fracaso. SILO no había muerto en absoluto.
Envueltos en estas (y otras) benéficas meditaciones veíamos como un encargado del lugar alejaba el macizo cubículo y cerraba tras sí las puertas, simbolizando el cierre de una etapa del proceso, soltando hermosos recuerdos y el agradecimiento – una vez más – por haber tenido la dicha de compartir la generosidad de nuestro Guía en su doble Naturaleza.
Él había realizado la proeza de acercar al Hombre común de nuestro tiempo, oscurecido en sus búsquedas por un sistema atrozmente vacío de significados, un modo sencillo de acercarse al verdadero Sentido, un acceso cercano a una Vida mejor abierta a todos sin restricción alguna.
Mientras se consumaba la transformación de aquel cuerpo en cenizas, la presencia del Maestro se extendía y renovaba en mí los votos de cercanía espiritual y orientación futura. Al tiempo que se multiplicaban las amables conversaciones y sentidas caricias entre los amigos, quienes habían decidido no llorar los cuerpos y seguramente concentraban su intimidad imaginando el libre vuelo de la Mente que había inspirado tamaño vigor, sabiduría y desprendimiento en SILO.
El Maestro había ejemplificado en su despedida del mundo físico, la misma compasión que mostró siempre hacia todos nosotros. Las cortas horas que mediaron entre la certeza de la inevitabilidad del desenlace y su última exhalación dan cuenta de su propio salto por sobre el dolor.
Comprendíamos con claridad que, en vista de la Inmortalidad, ¿a qué prolongar agonías, acarreando junto a otros las molestias de un cuerpo que ya no servía a la vida plena que siempre gustó y enseñó a vivir?
Comprendíamos con claridad que, en vista de la Inmortalidad, ¿a qué prolongar agonías, acarreando junto a otros las molestias de un cuerpo que ya no servía a la vida plena que siempre gustó y enseñó a vivir?
El fuerte deseo de tenerlo físicamente de nuevo junto a nosotros, era sólo el yo que lloraba al yo y quería conservar lo que por esencia es transformación y tránsito, corrompiendo la límpida vivencia de la sutil compañía. En ese vaivén emocional fuimos acallando dudas y reconociendo la importancia de lo que nos tocaba hacer a futuro.
En algún momento, las calientes cenizas en las que los huesos se habían convertido – materia ritual que sabíamos abonaría el suelo de nuestros Parques de Estudio y Reflexión en los más distantes rincones de la Tierra – fueron entregados a la compañera del Maestro, quien con inmenso cariño y dedicación había compartido su cotidianeidad y en su entereza y serenidad nos hacía ver las innegables trazas de una Doctrina que hacía mejores a los Seres Humanos. Su mano se posó con ternura sobre aquellas urnas de madera, acaso conectando una vez más con su Presencia.
asumido el reto de Humanizar la Tierra – presentes o ausentes en aquel instante - nos sentíamos depositarios de aquel Desafío Mayor. El familiar mudra de los tres dedos extendidos y el cántico de Paz, Fuerza y Alegría que lo acompañaban así lo atestiguaban.
SILO estaba más presente que nunca en nuestros corazones y supimos entonces que ya jamás habría de abandonarnos. No en mucho tiempo llegaría a cada uno de nosotros el momento de trascender la ilusoria línea que nos separa de lo Infinito y lo Inmortal. Allí seguramente, comenzaría otra etapa en nuestra relación.
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